Fin de semana en el campo. Los nuevos campesinos.
Llego a un gran caserón perdido entre unas montañas no muy altas. La puerta está abierta y sale a mi encuentro un niño melenudo, nada tímido, que me dice algo en gallego y me coge de la mano arrastrándome hasta un huerto en el que tiene escondidos algunos juguetes. De una de las ventanas de la casa salen notas de Pink Floyd. Ruidos de platos. No sé qué hacer, me siento un poco embarazado. Eso de visitar comunas me parece una trasgresión a la intimidad comunal y me revienta. En estos casos me horroriza ser periodista, pero estoy en ello, y me preocupa el movimiento. Es tan precario y son tantas las dificultades… anhelo un mundo en el que la gente que se instala en el campo seriamente, pueda no sólo malvivir, sino desarrollarse y sacar la pasta para ir haciendo. Pero es difícil. No hay dinero, los medios son muy precarios, la tierra dificilísima de conseguir y los campesinos se muestran temerosos frente a los que ellos llaman hippies…
Pregunto tímidamente: “Por favor…
Nada.
Empujo la puerta trasera y entro. Me encuentro con una cocina grande, algo desordenada, pero graciosa. Potes de porcelana antigua, platos y ollas de loza, tenedores, potes, cuchillos. Una mesa de madera muy rústica, un banco, sillas. Carteles en las paredes. Una tabla de Krishna junto a un póster de Durruti. Dos comuneros parece que están comentando cómo vender su artesanía. Una chica está limpiando el fregadero y el niño me dice que se llama Santi. Nadie me hace caso.
Por fin, me presento. Me dan vino, desaparece uno de los tíos, el niño me hace jugar con un juguete y me dice que tiene una hermanita que está con su papá en los campos.
“Llevamos un año y tres meses, la tierra es nuestra, la compramos con unos créditos personales de 300.000 pts. cada uno y con lo que logramos ahorrar trabajando, antes de instalamos. (Dos somos médicos, una es maestra, otra grafista, otro perito agrónomo, dos lampistas, uno paleta y las otras tres eran oficinistas). Nos conocimos casi todos en el primer Canet Rock. Fue muy hermoso. Salva y yo habíamos ido desde Sevilla en un furgón que nos habían dejado unos amigos. Teníamos la intención de seguir hasta los paí-, ses nórdicos y de paso conocer “Cristiania”. Lo de las comunas nos ñipaba cantidad desde hacía tiempo. Pero en Canet todo cambió”. *
“Estábamos en el tenderete de Magic cuando un tío muy gracioso (Salva) me pasó un cigarro de una forma muy fina. Enfrente teníamos a dos guardias civiles sin metralletas, con la camisa medio desabrochada y con una cara de cachondeo que aún recuerdo. Creo que han sido los únicos guardias civiles cachondos que he visto en mi vida. Simpático, muy simpático. Luis y yo (Paco) éramos médicos en Madrid y habíamos venido con Susana y Rosa.
Luis, Rosa, Susana y yo, pensábamos continuar luego hacia Amsterdam. Pero cuando estábamos con Salva y Rocío todos enrrolladísimos, salió lo de su camioneta, su viaje, nuestro viaje… y a la mañana siguiente… todos rumbo a las Europas. A la vuelta estaba todo medio decidido. La mítica de las comunas nos había penetrado a todos, durante el viaje no tuvimos ni el más mínimo problema, es más, comunicamos mucho y nos lo pasamos bomba. ¿Por qué no seguir? Desde entonces estuvimos en contacto, cada mes teníamos una reunión, una vez íbamos a Sevilla, otra venían ellos a Madrid. Más tarde nos montamos un piso comunal en Madrid con unos gallegos y un buen día Salva y Rocío se vinieron a vivir con nosotros. Pero la idea era ir al campo y para lograrlo nos pusimos a trabajar como gansos para poder ahorrar. Margarita, una de las gallegas, que es la maestra, consiguió una plaza en un pueblo de Asturias y fue la primera en venirse. Y un buen día escribió diciéndonos que cerca de su pueblo vendían un gran caserío con tierras fértiles, relativamente a buen precio. Y aquí estamos”.
Me quedo bastante perplejo. He recorrido muchas comunas, casi ninguna logra viabilidad, desde la de Aragón no me había tropezado con un grupo tan… tan… majo. Me animo, me saco el abrigo y bebo un trago del vaso de vino. Tomo pan y chorizo. Se ha roto el hielo y Rosa me dice: “Instálate todo el tiempo que quieras”. Paco me propone ir al campo a plantar habas. Les queda poco tiempo, mi ayuda les irá de puta madre. Sonrío por dentro. En Aragón también planté habas: curiosa coincidencia. Salimos Rosa, Paco, el niño que no me suelta y yo, hacia el campo, no sin antes haber instalado en un gran cuarto mis libracos, papeles, casettes y todas las mierdas que siempre me acompañan. Me quedo pensativo. Me gustaría quedarme, olvidar yo también las neuras, los ruidos y las prisas. Y para colmo, esa Rosa me hace gracia, me tira. ¡Qué difícil el intentar abrir canales a las experiencias alternativas! Un bombo: campo, ciudad, movimiento libertario, cultura, incultura, copel, ateneos, escapes, amores, problemas económicos, borracheras, artículos, marx, ajoooo, ¡¡¡Comunas!!!: ¿Un escape? ¿Una alternativa? Los unos encerrados en su experiencia, los otros huyendo de sus famihas opresoras, perseguidos por la policía porque sus “papis” los han denunciado… buscando una comuna que funcione para meterse en ella esperando el paraíso soñado. Y en medio de todo, cada vez más gente que no aguanta la histeria de la ciudad y que desea escapar, huir para siempre de la perversión del consumo y del terrorismo de Estado. Casi todos fracasan, pero algunos logran salirse e ir hacia adelante. Los protagonistas son gente que no se ha planteado la revolución en términos teóricos y que no desea escuchar a más popes intelectuales, ni seguir a ningún liderillo político. Gente que se ha cansado de esperar o de seguir las trayectorias de las virutas populacheras de ciertos movimientos revolucionarios y mesiánicos. Gente que ha escogido la práctica de irse a vivir al campo de campesino, protagonizando una nueva emigración.
Y ahora la paz, el ir plantando habas de dos en dos en las hileras. Me presentan a Salva, baja del tractor, parece ser el marchoso del grupo, me cae de puta madre, me besa y deja caer al viento un “Salut, salut”, que parece pronunciado por un shaman hindú. ¡Andaluz tenía que ser! El Agrónomo parece preocupado por mi presencia, le doy una palmada en la espalda: “Sobre todo, no des jamás nuestras señas, no queremos visitas. Las invasiones nos podrían perjudicar mucho, incluso tiramos por el suelo la experiencia. Con el pueblo empezamos a llevamos muy bien, pero si vieran gente extraña volverían los malos rollos. Un corresponsal de Interviú creo que va tras nuestra pista y pobre de él que nos encuentre. A esos capitalistas sensacionalistas y pornográficos…”
— Pero éste no es de ésos. Tranquilo, hombre…
Por la noche nos reunimos todos frente a la chimenea y hablamos, cenamos: tostadas con ajo, con aceite. Patatas a la brasa, un par de huevos pasados por agua. Les enseño lo del pan con tomate y les gusta. De postre hay manzanas cogidas momentos antes del árbol, están un poco verdes, pero para mí aquí todo es bueno. Y automáticamente comprendo mi gran error. Aquí todo es maravilloso para el que pasa dos días. El campo por un fin de semana… perfecta evasión. Y sin embargo para ellos, esto es duro, muy duro.
“Fue muy duro en un principio. El campo tarda en producir lo que plantas y además no sabíamos muy bien de qué iba. Soñábamos con una agricultura biológica, pero todo se nos moría. Tan sólo hemos conseguido cultivo biológico en una parte del huerto. La tierra está contaminada y tarda años en reconvertirse, pero tenemos un plan a largo plazo que nuestro “técnico” ha estudiado y comparado. El es el único que sale, a dedo, por Europa. Tenemos contacto con comunas y grupos ecológicos de Francia e Inglaterra”.
“Sí; yo llevo ya trece años dándole vueltas a todas estas cosas. Ya en el 64 estuve viviendo en una comuna Islandesa. Como ves no somos muy radicales, pero poco a poco…”
Una vez a la semana se reúnen todos, incluso los cuatro niños y cada uno va exponiendo sus problemas en círculo. Lo de la asamblea lo han suprimido porque siempre hablaban los mismos. Lo de la pareja les funciona, casi todos tienen y nunca se han planteado otra cuestión al respecto, porque no ha sido necesario. Están bien así. Los solteros tampoco tienen excesivos problemas y son los que viajan más. Van a Madrid o Bilbao, son los encargados de comprar los abonos, las herramientas… ‘Tero no creas, aquí las cosas se dese- xualizan mucho porque tienes otras preocupaciones. No te puedes imaginar lo maravilloso que es ver crecer los tomates o las coliflores. En el campo tienes muchos más incentivos. Además entre el ganado, la artesanía, por las noches tampoco paramos. Yo he aprendido a hacer macramély me lo paso teta. Me gusta esa vida, es mucho más sencilla, se te pasan muchas neuras”.
“Yo encuentro a faltar el cine, pero llega un momento que te olvidas de la civilización moderna. Me traje un montón de libros pensando que iba a leer mucho, y nada, poquísimo, leía mucho más en Santiago. Todo lo más, libros de cocina, de campo, de animales, de ecología”.
‘Tues yo no, me he leído todas las novelas de Aga- tha Christie”.
Están en contacto con la central lechera y gracias a la leche han podido montar una cría de conejos. En el gallinero han conseguido setenta gallinas y los huevos los venden a un colmado de por aquí. El antiguo propietario les pasó el contacto. Lo de los animales les ha ido muy bien, aunque en el octavo mes se les murieron todos los conejos a causa de una enfermedad que no supieron tratar. Pero aprovecharon la piel y, al menos, algo recuperaron. Tienen 8 vacas y jamás han tenido problemas con ellas. El año que viene una, que es de cría, parirá y a lo mejor compran dos o tres más. Tienen suficiente maíz y alfalfa como para no tener que comprar pienso. Y continúan trabajando. Su presupuesto mensual es de ciento veinte mil pesetas. Y todo esto en un año y siete meses. Algún día se replantearán si hace falta todo eso de la problemática de la pareja y de la convivencia moderna, pero de momento no tienen tiempo. “Hemos venido a vivir al campo, no pretendemos resolver nuestros malos rollos de golpe, de vez en cuando tropezamos con una crisis, pero hasta hoy siempre la hemos resuelto”.
Me pregunto cómo es posible que 15 personas hayan logrado todo esto, me lo pregunto una y otra vez.
“Quizás porque somos algo maduros, porque trabajamos, porque no nos han interesado jamás los malos rollos místicas ni religiosos. Tampoco le hemos dado mucho al porro, cada vez menos, no nos hace ninguna falta. Quizás porque no leimos el libro de Carandell y muy pocos de la contracultura, porque no hemos escapado de nadie. Ahorramos y nos planteamos la posibilidad con paciencia, y estudiamos para hacerla factible. Porque nunca hemos intentado construimos el paraíso y porque sexualmente somos conscientes de que no vamos a liberamos por decreto de nadie. ¿Comuna? No sé si esto es una comuna, pero te puedo jurar que nos importa un pito. Estamos aquí, trabajando en el campo; porque en Madrid no aguantábamos la imbecilidad de los progres ni de los jefes ni|de los trabajos inútiles que jamás sabes para quién sirven. De la misma manera que muchos emigraron a Madrid en busca de trabajo, nosotros hemos hecho lo inverso. Y el campo no es un descanso, ni puedes hacer lo que quieras sin que nadie te moleste. Aquí hay que trabajar para hacerse campesino, hay que cuidar las relaciones con los del pueblo y con los campesinos de toda la vida, pues sin su colaboración no hay aprendizaje y sin aprendizaje nada es posible excepto volver a la ciudad con una experiencia imposible en las alfoijas. Vivir en el campo como burgueses no, para vivir en el campo, antes que nada, hay que HACERSE CAMPESINO”.