Perdidos en el bosque con Olvido Gara
Diciembre 1992, n.47 de Ajoblanco
Terraza del Gran Hotel Felipe II de San Lorenzo de el Escorial. Elena Ochoa propone que todos los participantes presentes del curso de verano que dirige sobre “Locura y Creación” cenen con los del curso de Luis Racionero sobre “Romanticismo”. Albert Hoffman, inventor del L.S.D., está cansado y declina la posibilidad de cenar con nosotros. Tiene 91 años y mañana ha de dar la conferencia. Su amigo Antonio Escohotado, que veraneó en este pueblo durante su infancia, nos empuja a un chiringuito de lujo, un poco más arriba, ya en la montaña, desde el que se divisa el monasterio y la meseta con Madrid al fondo. “Este era el lugar donde los ministros franquistas venían con sus queridas” exclama alguien con sorna. La mesa es muy larga y ocurre como en la vida, el centro es aburrido y los extremos exagerados. Yo, como suele suceder, estoy en uno de los extremos, cerca de Rafael Argullol, frente a Luis Racionero, que esta noche está serio, y junto a Luisa, de Galería Ciento. Posiblemente los efluvios de la luna llena empujan a Elena a pedir comida como si se tratara de una boda, y la cena se convierte en banquete. El vino me cambia de extremo y la conversación con Ion, de la Casa de América, con Pito, manager de Alaska, y con Olvido Gara me transporta a los mágicos plenilunios de Ibiza o Formentera en épocas cuasi olvidadas. Pero no estoy junto al mar, sino en un lugar de lo más seco, poseído por los efectos magnéticos de la pila de granito que se construyó el primer rey del mundo.
Así empezó una nueva fase en la vida de algunas personas, que sin saber ni cómo ni por qué conectamos hasta el día siguiente, en el hall del hotel, ante la sorprendida mirada del conserje, y mientras gran parte de la crème de la intelectualidad española dormía plácidamente en las habitaciones.
“Casualmente, a principios de invierno cayó en mis manos el libro Inside Outlook, de Albert Hoffman, y lo devoré con emoción. A partir de ese momento se produjeron una serie de conexiones en cadena, como las que se producían hace años. Elena me llama para colaborar en su curso, pero no me entero de que Hoffman va a estar ahí; yo empiezo a preocuparme por encontrar una relación más profunda con la naturaleza y con la mente… Pasa un año, dos o tres y no ocurre nada, hasta que de pronto surge algo y zas… Llego a El Escorial, y aquella noche que compartimos supuso un nuevo paradigma y un empujón. Aquella noche podría haber sido exactamente igual sin el ingrediente químico, pero ya que estaba, estupendo. Conocí a Hoffman, al que acababa de leer, y conocí a Antonio Escohotado, al que no había leído, pero que ahora conozco cuanto ha escrito y me parece un autor interesantísimo. También encuentro a otras personas que hoy son mis amigos.”
Alaska acaba de bajar de un Talgo. La he estado esperando en el andén temiendo un retraso, pero el tren llega con exactitud suiza. Salimos de allí sorteando a jóvenes que regresan a las ciudades-dormitorio. En la calle llueve.
¿Qué ves?
Confusión. No es una confusión negativa. Sé que voy hacia otra cosa, pero todavía con un pie en aquello de lo que vienes. Y por lo mismo, me cuesta reconocerme. Cualquier cosa que yo haya hecho o pensado, no sólo a nivel creativo sino también de vivencias, hasta hace muy poco era todavía presente. No había pasado. Y ahora creo que he empezado a sentir un corte, una separación. Es un paso que no sé explicar ni sé exactamente lo que es. Pero no es una pequeña evolución. Es una revolución.
Ayer noche, aún te lo veo en los ojos, celebraste el aniversario de la sala Morocco que tu diriges. Seguro que te encontraste con todas esas personas que te han acompañado durante estos años ¿Qué pensabas cuando veías a toda esa gente? ¿Cómo los ves? ¿Qué te sugieren?
Me sugieren pasado. No ellos, ni mis relaciones con ellos. Pero sí los momentos que han podido significar. Vivo un momento de desarraigo y de inestabilidad que me parece muy estimulante. Es un momento raro, porque todo este mundo o los mundos que lo formaban se han disgregado. Los que eran pintores ya no los ves en los conciertos y viceversa… En Madrid los mundos están cada vez más separados, y esto es algo que aquí no había ocurrido nunca. Entonces una ocasión como ésta de encontrarnos todos juntos no deja de ser casual.
Esta dispersión, ¿te parece apropiada para generar creatividad?
Creo que esta disgregación puede ser hija de la especialización. Cuanto más especializado estás, más te concentras en lo que haces y más te profesionalizas y supervives comercialmente. Pero es indudable que es menos creativa y muchísimo más aburrida. La mezcla siempre es más estimulante y provoca cosas más arriesgadas.
De toda aquella gente con la que has colaborado, como por ejemplo Pedro Almodóvar en Pepi, Luci, Bom, ¿hay alguien con quien ahora te gustaría hacer algo?
No.
Estás en crisis con Madrid.
Estoy enfadada.
¿Por qué?
Por un lado, por la falta de reacción de la gente ante lo que pasa. Nunca me había ocurrido antes. También me pregunto por qué esta desconexión de la gente que siempre ha estado en línea de intereses, de actitudes ante lo nuevo y ahora vive de espaldas a ello.
¿Se acabaron las pilas para mucha gente?
No lo sé. Yo no sé si es una cuestión de edad, pero me parecería absurdo. Sería vejez mental. Yo, la verdad, estoy más thin que nunca. Siento enorme curiosidad por mil sitios, aparte de por la mente, que para mí es novedoso. Yo siempre he ido al revés. Me acuerdo que en la época de salir, en el ’82, en el ’83, yo estaba encerrada en mi casa sin querer ver a nadie, leyendo Perceval y pensando en hacerme el Camino de Santiago y de repente, en el ’88, cuando todos se habían retirado de la circulación, me entra el furor uterino con el Acid House, y me tiro a la calle y vivo extasiada y feliz, y me digo: ¡Ay, ahora entiendo porque salían todos!
¿Qué descubres de nuevo en aquel momento?
La diversión de salir, de bailar, de gritar, de reír… Y hubo un momento, un invierno, el invierno del amor que lo llamo yo, el del ’88, que de repente Madrid volvía a ver a Paloma Chamorro despendolada. Fue un momento de una nueva conexión muy lúdica y muy graciosa, que pasó sin más para ellos, y que a mí me marcó mucho. Fue otro de esos momentos paradigmáticos que me provocó una expansión mental, una serie de cambios en la actitud musical que han derivado en lo que es Fangoria, en hablar mas con la gente y en coger una discoteca e interesarme por la cultura de club.
Y de los grupos, ¿en cuáles te fijaste más?
Quitando gente como por ejemplo Shamen, que está camino de las lecturas de Mckenna y es uno de los pocos grupos que tienen una teoría y un planteamiento con los que siento una sinergia muy grande, casi todo son producciones de Disc-jockeys con artistas fantasmas, con cantantes fantasmas, gente que oyes en un disco y nunca vuelves a saber de ellos. Con lo cual tampoco hay ese culto al ídolo, como en el circo del rock y del pop, que por otra parte a mí me encanta porque soy ídolo.
Alaska se recuesta en el sofá y suspira con gracia. Lo que más llama la atención es una elegancia pausada, que nada tiene que ver con las actitudes estudiadas de quien no ha nacido así. También, una encantadora y enigmática sonrisa de fan fatal. Creo que Alaska es hija de los caprichos y de las emociones de sí misma, que además ha sabido protoplasmarlas con las de Nacho Canut, Carlos Berlanga, El Zurdo, Pito, Ana Curra… No le gusta viajar en avión y lo evita siempre que puede. Entre Madrid y Barcelona aún no hay AVE, y aunque el Talgo es cómodo, siete horas diurnas de encierro después de la fiesta-aniversario de Morocco, que ha acabado a las siete de la mañana, la han dejado algo aturdida. Mira los objetos de casa con discreción, aunque es probable que comprobar la patente diferencia entre los estilos de Barcelona y Madrid, en un día como hoy, aumente su desconcierto, que por otra parte sabe disimular. Curiosamente, y ocurre con bastante frecuencia, los personajes que configuraron la Movida sólo conocen Barcelona muy de pasada. Cenamos en un restaurante libanés. Una bailarina ejecuta la danza del vientre mientras sus ojos parecen vagar por un extraviado cosmos de ansias que van mas allá de este mundo.
¿Cúal es la fórmula de la eterna juventud?
La curiosidad teórica.
¿Cómo nutres tu curiosidad?
Yo siempre la he nutrido a base de lecturas.
También practicas y te transformas: música, actitudes, discotecas, videos, clubs de fans…
Cuando surge el momento, ¡pum! pones en práctica la actitud o la fórmula. Pero yo me refería más a la meditación. Yo la vivo intensamente, pero leyendo. Generalmente nunca comparto, es curioso, y eso me ha pasado siempre. Quizá porque no conoces a la gente adecuada. Siempre ha sido el libro y yo, la revista y yo. Yo es que soy muy dura y casi nunca necesito comunicar. Cuanto hago es porque quiero hacerlo sin ninguna necesidad de comunicar. No me parece mal; creo que es una cuestión casi de carácter.
Un país que no lee es un país muerto o un país de esclavos. La lectura incita a la reflexión, estimula la imaginación y agudiza el ingenio. Los que te conocen saben de tu faceta de gran lectora. ¿Qué es lo primero que leíste, y cómo estimulaste ese instinto de lectura que en definitiva es lo que te ha formado y hecho diferente?
Empecé con La pequeña Lulú, en México y comics muy americanos tipo Archie, Sabrina, o Casper el fantasma. En México no recuerdo libros. Mi primera lectura en España fue Enid Blyton, que no conocía. Debía de tener diez u once años. Y luego enseguida crecí y me puse a leer El Lobo Estepario de Herman Hesse y En el camino, de Kerouac, pero me aburría un montón; creo que ni los terminé. De pronto cayó en mis manos Gay Rock, el libro de Haro Ibars, y sentí el primer paradigma de mi vida: una conmoción. Descubrí la música y las actitudes de Alice Cooper, David Bowie, Lou Reed.
Alaska nació en México. Su padre era un emigrante asturiano y su madre era cubana. A los diez años llegó a España y no entendió nada. Ella estaba acostumbrada al color y a la luz, a las minifaldas y a las pulseras exageradas de niña yeyé. Sencillamente le horrorizaban las faldas tableadas por debajo de la rodilla, color azul marino, que era el color que más odiaba del mundo. Detestaba el colegio mixto de El Viso, porque no podía intercambiar palabra con los profesores. Vivía con su madre y su abuela. Su padre regresó a México, y acabó en un colegio inglés, en el que a pesar de odiar la disciplina británica, consiguió cierto diálogo con los profesores. Pero la rebeldía la convirtió en una niña osada que ansiaba otros mundos y nuevos estímulos. Así es como a través del hermano mayor de una amiga del colegio consiguió saltar, tratar a chicos mayores que adoraban a Alice Cooper y El Rastro.
Del restaurante libanés situado en la parte burguesa de la ciudad, hemos pasado a la parte baja. Directos a El Cangrejo, ese reducto que Oriol Bohigas y su política urbanística de acabar con todo sabor de zoco mediterráneo aún no ha podido cargarse. El Cangrejo huele a putas y travestis, emana Jean Genet, Bataille y Mandiargues, y ahora mismito está frecuentado por jóvenes artistas alternativos de media Europa y por jóvenes catalanes que viven ajenos al nacionalismo. Hoy es viernes, no hay actuación y el ambiente no mata. Pero Alaska se entusiasma con el local, con las vírgenes, con las fotos, con los rostros de los cuadros, con el techo formado por pequeñas estalactitas de yeso pintadas color crema. El público la reconoce, interrumpen nuestra intimidad para pedirle autógrafos. La familia que regenta el local le cuentan la historia; el padre, un ex-torero, es ahora el pinchadiscos: son, salsa, flamenco…
“En el Rastro empecé a compartir mis descubrimientos y a salir con gente de Bazofia y con los que crearon los primeros cómics. Tambien con los del MMMUA. Conocí a Alberto Garcia Alix, a Ceesepe cuando tenía aquel puesto donde vendía La Piraña Divina de Nazario, que llevaba escondida debajo de la cazadora. Yo iba con mi madre, saludaba a toda aquella gente y me sentía muy orgullosa. Como hablaba perfectamente inglés, los de Bazofia me pidieron que les tradujera los cómics de Crumb. Fue entonces cuando nació el nombre de Alaska.”
¿Cómo fue?
En las traducciones fui consciente de que no me gustaba ver mi nombre impreso en un sitio ajeno, y del disco Berlín, de Lou Reed saqué Alaska. Era la época en que se publicó De qué va el Rollo de Haro Ibars y los libros de Burroughs, Leary. Entonces yo tenía 13 años, era 1976 y me politicé.
¿Qué ideología acaparó tu pasión?
Al principio decía, pues nada, el comunismo, pero fue cosa de quince días. Luego el anarquismo, que me duró hasta que entre en contacto con CNT y con LACOCHU, un colectivo underground de fanzines, vinculado con los anarquistas. Mi etapa política duró un año, y la compartía con una compañera del colegio que iba tres cursos por encima del mío. Éramos muy subversivas; tanto, que nuestras madres no querían que nos viéramos. Con la música perdí todo interés por la política.
¿Cómo te decidiste a hacer música?
El libro de Haro Ibars me abrió el camino. El Zurdo, al que conocí en El Rastro, se peleó con los de LACOCHU y decidimos crear un fanzine: La Liviandad del Imperdible, con la intención de teorizar sobre punk y futurismo y de convertirnos en grupo musical. La primera vez que rasqué una guitarra fue con El Zurdo. Enseguida nos pusimos a buscar más gente y en una semana conocimos a Nacho Canut y Carlos Berlanga en un puesto de El Rastro. A Enrique Sierra, que luego fundaría Radio Futura, lo encontramos a través de un anuncio que puso El Zurdo en Ajoblanco y Star. Así nació Kaka de Luxe.
¿Ibais a La Vaquería y a La Bobia?
No, nunca. Teníamos un puestecito en el Rastro y luego nos pasábamos la vida en nuestras casas. Para mí todo aquello era fascinante y muy estimulante, supongo que por lo joven que era, pero no lo vivo con ninguna nostalgia ni lo recuerdo como algo especialmente divertido. Con las canciones de Los Ramones aprendí a poner las posturas en la guitarra eléctrica. Les copié rápidamente e hice mi primera canción. Ayer fue el quince aniversario de nuestro primer concierto. Un mes después tocábamos en un pub de Argüelles para horror de los presentes. Cinco o seis meses más tarde estábamos grabando el disco.
¿Kaka de Luxe fue el pregón o el embrión de lo que luego fue la Movida Madrileña?
Kaka de Luxe y los Zombies fue lo primero que empezó a verse por ahí. Tocábamos en colegios mayores y venían estos chicos más mayores que nosotros… Y eso nos fascinaba porque eran muy cultos, muy cool, les gustaba Roxy Music y eran todo lo contrario de aquella gente de LACOCHU y PREMAMA que tanto nos espantaban. Resultaron ser Pérez de Ayala, Will More, Guillermo Pérez Villalta, y sentimos una especie de fascinación decadente, que resultaba muy atractiva. Creo que de esta mezcla nacieron muchas cosas.
¿Cómo conociste a Pedro Almodóvar?
La conexión con Pedro fue a través de Pérez Villalta, que había leído el guión de Pepi y dijo: “Yo conozco una chica para el papel de Bom que hasta tiene la ropa y lo tiene todo”. Recuerdo haber quedado con él en casa de Enrique Costus a finales del ’78, principios del ’79. La película se llamaba entonces Erecciones Generales. Se empezó a rodar enseguida, pero el rodaje de Pepi, Luci, Bom lo empecé con una edad, y cuando concluyó tenía dos años más.
¿Te gustó el mundo que envolvía el rodaje de Pepi, Luci y Bom?
Nunca fui consciente de estar haciendo la película. Cuando rodábamos lo pasaba horriblemente mal; tenía que hablar y esas cosas, no te voy a decir actuar porque no actué en absoluto. Aprendía unas frases y las soltaba. Y me gustaba, me divertía, era como un aprendizaje de hacer cosas.
Y, ¿cómo te dirigía?
Yo no recuerdo que Pedro me dirigiera. Lo recuerdo dirigiendo a Carmen, es la imagen que me ha quedado. A mí me daba órdenes concretas: ahora te detienes, ahora dices esto o lo otro. No le recuerdo gritando nunca. Pero sí controlándolo todo, hasta el más mínimo detalle. Me imagino que sigue igual.
¿Por qué crees que no has vuelto a hacer una película con él?
No lo sé. Pienso que Pedro cada vez utiliza más a actores profesionales. A mí me usó por mi imagen y por los añadidos. Tenía el personaje, tenía el vestuario. En aquel momento era muy importante tenerlo todo, porque no había otra manera de conseguir las pelucas, los vestidos…
Durante aquella época Kaka de Luxe se rompe, y aparecen los que junto a los Zombies fuísteis los grupos más emblemáticos de La Movida: Alaska y los Pegamoides y Radio Futura. Teniendo en cuenta que la educación musical en los colegios era nula, ¿cómo aprendistéis a tocar?
Rascando hasta que ya no pude más con la guitarra, porque nunca aprendí lo suficiente como para dejar de mirar aquellos dedos y cantar al mismo tiempo, lo que se convirtió en una absoluta tortura. Casualmente se fue Manolo, Carlos no quiso cantar en aquel momento, y desde entonces solamente he cantado.
Erais enigmáticos, exclusivos…
Nacho, Carlos, Eduardo, Ana Curra, el círculo de Pegamoides definitivo formamos una especie de familia. Estaban también estas amistades que se habían ido generando a raíz de que venían a vernos a los conciertos.
¿Tú crees que la creatividad necesita muchos medios o, por el contrario, la precariedad excita la imaginación?
No sé si el tenértelo que buscar inspira ser más creativo. El principio punk de “háztelo tú mismo, no hay lo que buscas, no tienes lo que quieres, hazlo, dan igual los medios, no cuenta el cutrerío”, que era un poco lo que Madrid ha vivido siempre. Los bares en Madrid eran un auténtico cutrerío comparados a los de Barcelona. Pero había un gran ambientazo; siempre ha sido un poco eso. Yo sigo pensando que los medios, tanto en la grabación de un disco como en todo lo demás, importan menos que el cómo lo haces.
¿Crees que la crisis de creatividad está provocada por las exigencias comerciales y el exceso de medios técnicos?
Creo que los medios técnicos no tienen por qué dominar a la persona, al artista o al que en ese momento quiere hacer algo. Al contrario, no le echaría la culpa a los medios técnicos. Se la echaría a la mala utilización, a la superproducción, a tener que estar grabando en el mejor estudio de Londres cuando lo puedes hacer en un estudio que tengas en casa con los aparatos adecuados. La corriente del Acid es para mí un revulsivo como el punk, porque vuelve al “háztelo tú mismo”. Hay gente que tiene dos platos en su casa, un mezclador y cuatro aparatos, y está haciendo mezclas, está haciendo discos, está creando cosas y de repente lo saca a través de una distribuidora de disc-jockeys y vende diez mil, sin tener que esperar a ver si la compañía considera que es el momento adecuado para poner ese producto en el mercado. Es lo mismo que cuando el punk.
Y cuando nació Alaska y los Pegamoides, ¿qué diferencias veías entre tu grupo y los otros grupos de Madrid?
Con los únicos que nos hablábamos e íbamos a sus casas, a sus fiestas y compartíamos todo, era con Radio Futura y con los Zombies. Todo eso de Nacha Pop y los Secretos quedaba en las antípodas. Nos conocíamos todos, pero no más allá de una relación cortés en el mejor de los casos. Sí que quizá hemos sido clasistas, pero tampoco marcábamos nosotros la diferencia. Sencillamente éramos distintos, y a los otros les veíamos como inexistentes y nada interesantes.
¿Y por qué de Pegamoides a Dinarama?
Pegamoides se disolvió el año de Bailando, el ’82. Durante el gran invierno de Rock-Ola.
Los transeúntes reconocen a Alaska, le hablan, sonríen… Ella no pierde nunca la paciencia, firma autógrafos con simpatía. Me sorprende su asequibilidad y sencillez. Nunca ha estado en Otto Zutz y le ilusiona conocerlo. Aún es pronto y conseguimos pasear por la discoteca con tranquilidad. No bebemos, porque mañana por la mañana tenemos que perdernos en el bosque, tal como quedamos el día en que nos reencontramos en El Escorial. En un bosque romano a pocos kilómetros de Ampurias.
Pero no era la música ni siquiera la noche eterna del gran momento de la Movida Madrileña lo único que te preocupaba.
Esa es la época en que me metí de lleno en la mística medieval. Y coincide también con la época en que me hago íntima de Enrique y Juan Costus. Eran muy distintos. Enrique era muy hiriente, muy cáustico, vertía unos comentarios muy irónicos con muy mala uva que a mí me hacían muchísima gracia. Todo el mundo era más amigo de Juan, que era muy dulce y le gustaba la juerga nocturna del Ras, donde iba con Bernardo de Zombies, con Fabio, con Carlos… Era la época new-romantic: Spandau Ballet, Visage. Iban todas vestidas con chorreras y unos bombachos imposibles. Fue una época muy divertida de Madrid, pero yo pasaba y me quedaba con Enrique en casa. El pintaba, yo leía, a veces charlábamos, pero no salíamos nunca; tanto es así que yo no he estado nunca en Ras. Sólo iba alguna noche a Rock-Ola. Coincidiendo con las lecturas góticas, me influyó mucho a nivel estético la ola neo-gótica de Goths y los siniestros.
¿Enrique Costus era una persona muy culta, verdad?
En contra de lo que mucha gente piensa, todo este grupo eran gente muy culta. ¿Fabio, por ejemplo? Se disfrazaba, tocaba con Almodóvar en Rock-Ola y pasaba muchas tardes en el estudio de Pablo Pérez Mínguez fotografiándose, y a la vez es cultísimo. Todo el tiempo te sorprendía; sabe de arte, de geografía… de todo. No puedes imaginar lo que me divertía estar con ellos, porque además a mí me encanta escuchar, y su conversación siempre estaba salpicada de cosas curiosas…
Pero, ¿qué es lo que te empujó a meterte en la literatura medieval?
Con los Pegamoides, veníamos mucho a actuar a Barcelona. Recuerdo que en el hotel me pasaba el tiempo leyendo Stephen King y sus bestsellers American Way Of Life, mientras comía tarta de cerezas, bebía coca-cola light y escuchaba a Los Ramones. Recuerdo una tarde, mirar a traves de las ventanas del hotel y descubrir la arquitectura barcelonesa. Salí a la calle a pasear y llegué no sé cómo hasta el Barrio Gótico. Lo descubro, me impacta, y nuevo paradigma: ya no salgo. Empecé la búsqueda de El Grial. Algo que ya no pude compartir con nadie.
¿Y Jacobo Alba?
Jacobo empezó unos años después. Fue para mí ¡ay!, maravilloso porque dejé de leer libros polvorientos.
De toda esta literatura, ¿qué es lo que más te ha gustado?
El Ciclo Artúrico.
¿Cómo piensas que te ha influido en tu manera de ser y de cantar?
Hay una influencia estética, aunque también está mezclada. Cuando me veo los anillos pienso que son muy Morgana, al mismo tiempo son muy Frida Kahlo, al mismo tiempo son muy punks, muy siniestros, muy góticos. Son cosas que de repente confluyen o hago confluir. Pero lo que me encanta de la Edad Media no es lo cristiano sino el Avalón, esa mezcla pagana de ritos celtas, templarios… me encanta. Hay que tener en cuenta que mi madre y mi abuela me bautizaron a escondidas de mi padre, que es ateo. No tuve nunca una educación religiosa, y cuando llegué a España con diez años hice la comunión porque era la única de la clase que no la habia hecho. Durante esta época es cuando empiezo a hacerme altares en casa.
¿Qué tipo de altares?
Paganísimos, porque de repente mezclaba un sarcófago de piedra, que compraba aquí en Barcelona, con imágenes de santos, crucifijos… más tarde descubrí que eran muy mexicanos, y también santeros. ¿Qué santos compraba yo? Juana, con su armadura, San Jorge y el Dragón, que lo veía yo estupendo. Seguí con Santa Rita… y empecé a leer vidas y leyendas de santos. También reconvertí mi habitación en una celda monacal. Pinté la habitación de gris y los barrotes de la ventana de negro. Ahí pasaba muchas horas sola, leyendo ensimismada. También es la época de mi vuelta a México.
¿Qué representa este regreso?
En principio voy sola con Pito, nuestro manager, en un viaje para tantear la promoción de Deseo carnal. Aún no había salido a la venta en España. Fue en México cuando nos empezaron a llegar noticias de que en España se estaba vendiendo más y más. Me ocurre además una cosa curiosa. En España ya no tenía que explicarme, era conocida, había salido en La Clave, en el programa de Carmen Maura, pero en México tuve que explicarme: “¿Pero usted por qué se arregla así?”… Fue como una sacudida. México es muy conservador, y no fue fácil hacerles comprender. Por otro lado vuelvo a conectar con los sabores de las chuminadas que comía de pequeña, con los olores, con el lenguaje de esa infancia superamericanizada por las series de televisión. También descubrí un México del que no podía acordarme, porque era el México adulto. Fue en otro viaje a México posterior, previo a mi fiebre del ’88, cuando se produjo una nueva mutación.
Una vez más, el hombre del tiempo de TV3 ha equivocado sus augurios de lluvia. Los rayos de sol se cuelan por las ramas de los castaños, de los almeces, de las encinas, de los olivos centenarios, de los pinos de Icona. Caminamos retraídos por el contacto con el bosque mediterráneo, sólo transgredido por los cartuchos de los cazadores que ensucian el suelo. Como bien dice Félix de Azúa, los payeses catalanes no aman su tierra porque no les duele destruir el paisaje. Se escuchan disparos. Olvido Gara es ecologista y no soporta el exterminio de perdices, liebres o jabalíes. Hemos cogido el camino que conduce a una fuente medicinal en la que nace un torrente. En este enclave maravilloso vive aún un olmo centenario con cuatro ramas gigantescas, repletas de ardillas. Es uno de los últimos olmos vivos de Europa, aunque la enfermedad ha empezado a alcanzarlo. El hombre del traje gris ha destruido el ecosistema. Nosotros, ¿qué podemos hacer? Este atardecer hemos decidido adorar a un olmo.
Sin tus constantes viajes a Londres desde los doce años no existiría Alaska. Si no hubieras nacido en México de madre cubana, tampoco.
Entre el ’85 y el ’87 redescubro los corridos, vuelvo a conectar con José Alfredo Jiménez, que es para mí el artista máximo. Descubro Los Tigres del Norte y un club que me marca mucho: el Spartacus del D.F. Era un lugar imposible, en la zona mestiza de la ciudad, donde se concentraban vestidas, travestis, rancheras, mariachis, militares, y colgaos de todas las especies. Allí me cogió la fiebre por el baile, que al llegar a Madrid se transformó en el “invierno del amor”, y en mi época house. También recuerdo haber estado en casa de Frida Kahlo de niña, y haber sentido terror ante unos cuadros que ahora me fascinan. Tomo partido (suelo ser extremista), detesto a Diego Rivera y me entrego a Frida y a esas mujeres mexicanas como Irma Serrano, que son pura fuerza y hasta competían por ver quién se colgaba de la oreja el zafirazo más gordo. Siempre me hubiera gustado ser tan mala como ellas. Ahora ya me conformo con ser así de malilla. Yo siempre había querido ser más fría, más dura, más echá pa’lante.
¿Por qué eres una sentimental?
No lo sé. No soy capaz de comportarme como en las letras de las canciones latinas. Es una cuestión de sentimientos; no sé si llamarlo de sentimentalismo, pero me pueden los sentimientos y no soy capaz de ciertos actos.
¿En algún momento te planteaste ser famosa?
Quise ser famosa y triunfar a los doce o trece años, cuando estaba interesada en tocar la guitarra y formar un grupo. Quería vivir la vida de mis ídolos. Como lo viví en seguida (qué más me daba tocar en el Madison Square Garden que en la Escuela de Caminos), la fama y el triunfo dejaron de tener fascinación en sí mismos. Tenía gracia, y tenía más gracia que te dijeran marrana por la calle. Pero no dejaba de ser una cuestión de gracia.
¿Y ahora cómo lo vives?
Yo ni me entero. Creo que no lo llevo nada mal porque nunca me ha molestado. Me revienta la actitud violenta, o seca, de las personas que son populares ante la gente que se les acerca. Cuando voy por la calle y me paran o me piden un autógrafo firmo y sigo; no me entero porque no le doy importancia y hago mi vida. Evidentemente soy mucho más feliz en Londres, pero la fama no me condiciona.
¿Qué vas a buscar con tanta frecuencia a Londres?
Me encanta como ciudad. Me gusta lo clásico, los restos del Imperio caído, las costumbres, ese ritualismo, y por otro la vanguardia musical que representa desde que yo tengo uso de razón. Ahora me atrae lo que los ingleses llaman “Music for the Mind and Body”. Es música de baile, pero muy de trance, minimalista, porque son minutos y minutos de lo mismo. Es una música hipnótica, con ritmo y poca letra.
¿Y Vulcano? Dicen que te has vuelto una cantante empresaria.
Nuestro estudio empezó siendo como un local en el que poder ensayar con los ordenadores y mezclar. Y fue creciendo con la aspiración de poder grabar parte de los discos. El último ya lo hemos hecho todo ahí. También para hacer nuestros propios vídeos hemos creado Vídeoinferno. Al final, resulta que tenemos el equipo necesario para grabar maquetas y hacer vídeos para otras personas. Me encanta coger una canción de otro grupo y hacer una remezcla, porque siento una libertad total. Por eso disfruto tanto con “Sálvame”, de la que hemos hecho muchas versiones, con lo que se demuestra que una canción no es nada; con una canción puedes hacer lo que sea.
¿Con este superjuguete que os habéis montado has vuelto a los fanzines?
Desde la época de El Rastro no había vuelto a hacerlos. Pero con Nacho tuvimos la idea de crear una especie de club de fans que aglutinara a la gente que se identificara con una serie de posturas, de lecturas. Y el fanzine es el único medio de expresión que tiene este club que se llama Fan Fatal. Lo hacemos entre Nacho y yo, es trimestral y llega a los que se hacen socios.
También habéis creado un sello discográfico, Metal Sonic Disco, que esta distribuido por GASA.
Una vez concluido el contrato que nos ataba a Hispavox, decidimos no renovar porque no llegamos al acuerdo que deseábamos. Creímos llegado el momento de crear nuestro propio sello. Siempre hemos buscado la independencia total. En España se están haciendo cosas muy interesantes, pero de forma muy aislada porque no hay circuitos alternativos, sin presión económica. Cuando yo empecé, me encontré con LACOCHU, que desde luego no me gustaba pero era una plataforma independiente en la que pudimos emerger. En aquel momento, antes de las grandes giras, había algo de iniciativa privada, de clubs pequeñitos en distintas ciudades, que permitían que un grupo se mantuviera. Como eso no va a surgir, va a haber que provocarlo. ¿Cómo? Pues no sé, hay el proyecto de crear una especie de Courage Radio, que pudiera generar una lista, igual que ocurre en EEUU y en Inglaterra, donde tuvieran cabida otro tipo de grupos, de conciertos y formas de hacerlos.
Tu superactividad abarca también el regentar dos clubs en Madrid, Morocco y Stella, y próximamente uno en Buenos Aires. ¿Qué das que los otros no den?
Más que dar lo que los otros no dan, yo tengo claro lo que quiero dar. Me gusta motivar que la gente salga a los sitios porque le guste el ambiente del club, la decoración, y sobre todo la música que escucha. Es horrible que la gente salga como si fuera ganado.
No hace mucho tiempo, refiriéndote a los programas de televisión que has realizado, me comentaste que ahora hay más censura que nunca. ¿Lo sostienes ante la grabadora de AJOBLANCO?
Evidentemente. Hay mucha más. Cuando yo dejé La bola de cristal era bastante menos interesante que al principio. ¿Por qué? Pues porque aparecieron unos señores por el plató a mirar lo que se estaba grabando, cosa que jamás había ocurrido. Cuando La edad de oro, una vez aprobado el programa, nadie lo vigilaba muy de cerca. Ahora se está haciendo un programa y el día que no pasa el jefe de musicales, pasa el jefe de otra cosa y el otro y el otro. Miran, comentan, opinan, se disgustan, corrigen, se alegran, pero están involucrados. Es como las compañías de discos, cuando para poder grabar discos te hacen presentar una maqueta y tienes que esperar la aprobación de la compañía y, una vez aprobada, te hacen cambiarlo todo.
Esta censura, ¿crees que se ejerce con un objetivo concreto?
Se hace con el objetivo que ellos creen: para vender más. Intentan convertirse en publicistas y viven pendientes de las estadísticas. Es una censura económica.
¿Creatividad? ¿Estadísticas?
No me fío. Jamás me he sentido parte de una estadística. Los anuncios nunca están hechos para mí, porque si no no harían esos coches, ni me enseñarían esas casas, ni pondrían esos señores tan horrorosos con esos trajes, como modelos, como reclamo. En mí no piensan cuando están haciendo publicidad ni cuando diseñan nada. Esas estadísticas son muy relativas. Pero mandan en este momento. Como manda la cuestión económica.
Y ahora que se habla de crisis, de cambio, ¿dónde te sitúas dentro de esta marejadilla? ¿Qué te gustaría que ocurriera en los 90?
Yo creo que hay un mundo en el que ya no se puede seguir. Se ha llegado al límite de explotar y explorar las vías económicas que ha habido hasta ahora. Las vías de comunicación lo han cambiado todo radicalmente. No se han asimilado los cambios de este siglo, tan rápidos, tan bestiales sobre todo a nivel tecnológico. Nuestra base mental, filosófica, de pensamiento económico, no es de este siglo. Ocurrirá algo que propiciará un cambio, me imagino. Yo no creo que haya un vacío de valores. Es más, yo me siento últimamente demasiado llena de valores. Me siento idealista, en un momento que no es propicio para los idealismos, precisamente por esta crisis.
Y estos valores, ¿cuáles son?
Por un lado me interesa mucho el respeto por los animales, por la naturaleza, que es un poco la base de la ecología, y de un pensamiento más libre. Pero no puedo tener partidos ni dirigentes muy claros. Es una cuestión de cada persona. Por otro lado, miro la realidad y veo cada vez más racismo, más homofobia, cosas con que yo no me había enfrentado nunca. Y te encuentras con estas actitudes en gente que no te lo esperarías.
¿Qué opinas del papel que están jugando en estos momentos los medios de comunicación?
Creo que la revolución importante de este siglo no es la tecnológica; es la de la multiplicación de la información que recibes a cada instante. Con medios de comunicación tan rápidos, tan directos, tan inmediatos, llega un momento de desensibilización a través de las imágenes. Por otro lado está la manipulación, que es tan fácil. Unas elecciones americanas se ganan o se pierden en unos debates televisivos. Eso ilustra el poder de los medios de comunicación. A mí me interesan como forma de expresión, y mucho. Pero me repelen como poder. La realidad virtual es para mí algo maravilloso, pero seguro que tiene mil utilizaciones negativas, igual que cualquier droga, cualquier medicina.
¿Cómo crees que se están utilizando en España los medios de comunicación?
Se están infrautilizando. Está dando visiones muy unificadas, muy laterales de las cosas. Hay un montón de pequeñas opciones, grupos alternativos, medicinas alternativas, literatura, que no vienen reflejados en los medios. De repente, una revista descubre que por poner temas de sexo en la portada vende más ejemplares. Entonces toda una serie de temas van quedando atrás, o desaparecen y lo que más vende toma el poder en esa publicación. Y luego existe una enorme confusión en la Prensa. Recuerdo que cuando empezábamos, y decíamos que leíamos el Diez Minutos, la gente se llevaba las manos a la cabeza. Pues es super honesta, comparada a estos semanarios pseudo-políticos, pseudo-cotilleo, que son muchísimo más hirientes y completamente subjetivos en las opiniones, en las posturas. Que se encargan, unas de acribillar a unos, otras van a por otros.
¿Afrontas el futuro de una forma optimista o pesimista?
No lo sé, porque vitalmente lo afronto de una forma optimista, pero luego racionalmente estoy pesimista.
¿Por qué?
Por lo que veo, por lo que siento. Porque me da miedo que no haya reacción por parte de la gente. Yo tenía muy claro en el 82 que si hubiera un golpe de Estado la gente saldría a la calle a defenderse. Hoy no ocurriría nada.
¿Cómo han calmado a la gente?
Por un lado hay una especie de sedación ideológica. Por otro, la confusión de la gente que creía en la izquierda, en el marxismo, y de repente se han encontrado sorprendidos, no sé por qué. Porque no había que esperar a que cayera la Unión Soviética para saber lo que ocurre con unos regímenes que estaba claro que no funcionaban. Pero no por ellos mismos: igual que no funciona el capitalismo. Esa gente que podría estar atraída hacia esas líneas de pensamiento, quizá mas opuestas al mercantilismo, está como perdida. Unos han encontrado un modo de vida, de repente como asumido, en el que ya se quedan, sin muchos ánimos de cambio, un poco dando gracias de por lo menos estar ahí. Es un conformismo barato, que ha ocupado a una generación, la que tiene cuarenta años, treinta y tantos. Luego hay una generación más joven a la que no conozco mucho, y la poca que conozco es horrible. Es una generación que ve Easy Rider, y no lo entiende. Porque no entiende que por llevar el pelo largo antes podías llegar a tener problemas. Pero al mismo tiempo, ellos mismos son muy reaccionarios y muy conformistas, y con una carga moralista que no es ni comparable a la de sus abuelos. No conozco cómo son otros jóvenes, que quizá puedan ser más inquietos. A mí, los niños estos que están todo el día con los ordenadores no me parecen mal. Puede ser otra vía para despertar el interés por las cosas, por el pensamiento, por la creatividad.
¿Con quién vives?
Vivo con Pito, con Ana y con su hijo. Al principio también vivía Nacho con nosotros. Nunca he conocido otro tipo de vida. Conocí lo que era vivir con mi madre. Pero desde que se fue a México, y yo me quedé (creo que era la época ya de los Pegamoides), en seguida nos pusimos a vivir todos juntos. Es una especie de familia alternativa rara y nada normal dentro de los cánones de familias o de grupos de convivencia. Para mí es la ideal. Compartimos gustos, intereses, inquietudes. También trabajamos juntos, a gusto y bien. En la vida ocurren estas casualidades, estos encuentros. Y si vivera sola, haría la mitad de las cosas que hago.
¿No te sientes un poco esclava de la imagen que te has ido creando?
No, porque no lo considero una imagen, para mí es lo natural, lo normal. Me la he ido creando como a mí me gusta.
Tú siempre has hecho lo que has creído que te apetecía hacer.
Sí. Es muy naïf decirlo, pero así es.
Esta entrevista fue publicada en el n.47 de Ajoblanco, el año 1992. Fotografías de Jordi Esteva.