Ignasi Duarte
Sorpresa. Tiene veintitantos años, ojos negros que taladran y es un nervio que promete. Nació en 1976 y desde que cumplió trece años despliega una actividad arrolladora. Quedamos a una hora intempestiva en un lugar etéreo y silencioso. Sin preámbulos, me asalta con un hatajo de inquietudes.
Este chico tiene un gen que le viene del sur, quizá sea por esto que el jazz y el flamenco son las únicas músicas que le hacen llorar. Su abuelo, al que no conoció, fue un ser muy humilde que nació en la isla de San Fernando, como Camarón, trabajó como un cosaco y simpatizó con el comunismo en época de desgracia y silencio. “Las gentes anónimas, como el abuelo, son los que han construido este país. Mi padre, que no vive con mi madre, es mi héroe. Es un insumiso civil que me enseñó a mirar por el gatillo y a apuntar con la mira telescópica”.
Ignasi Duarte se educó en un modesto colegio del barrio de Gracia. Sus profesores fueron anarquistas y homosexuales que vivieron con intensidad el mundo libertino que conquistó la ciudad en los 70. Época que Ignasi ha idealizado a partir de conversaciones con artistas mayores que él. “Cómo dice Sisa, fue una época revolucionaria en la que todo el mundo tenía ganas de follar, de escribir, de drogarse. Mis profesores del colegio participaron de aquella liturgia intelectual que pretendía cambiar el mundo. Niños y niñas nos duchamos juntos desde pequeños. Así es como vi evolucionar el físico de mis compañeras desde primero de EGB hasta octavo”.
El líder de aquel colegio fue un autor de libros infantiles en catalán, Jaume Martí, que fue un abanderado de la nueva pedagogía libertaria y quien guió a Ignasi en la senda del buen cine y de la escritura. “De este colegio, han salido librepensadores con talento”.
El libro que marcó la primera adolescencia de Ignasi fue Quimérico inquilino, de Rolan Topor, que Polanski convirtió en película. Desde la primera página, le encabronó el humor de luto que maneja el autor francés. A los trece años, fascinado con Carvalho, entrevistó a Vázquez Montalbán en el bar la Puñalada que ya no existe. Publicó aquella entrevista en Avant, el semanario del PCC. “Creo que nunca fui comunista pero me apunté en las juventudes del PCC y no pagué cuotas al ignorar que existieran. A través de una buena periodista que también me marcó, Eva Balart, me hicieron responsable de cultura y viví una de las épocas más felices porque no fui políticamente correcto en aquel partido lleno de estalinistas. Hice más de cincuenta entrevistas. La de Albert Pla escandalizó al personal porque no entendieron el juego estilístico ni al personaje, pero como no les interesaba para nada la cultura, me dejaron en paz”.
La dicha dura poco y pronto choca con la cruda realidad del periodismo. “Pertenezco a la generación que ha visto nacer A Barna y otras revistas gratuitas. Son demenciales porque han copiado mal modelos extranjeros y no han sabido construir un mundo propio. Bajo el camelo de cultura joven o undreground, que aquí no existe, venden marcas de ropa carísima que no te puedes comprar. Me siento huérfano”. En 1997, presentó en una habitación del New Art, en el hotel Majestic, una instalación para El periódico del Arte. Fue una pieza muy obvia contra los medios de comunicación. “Un periódico en blanco con sólo lo que interesa: los anunciantes. Lo demás es la insubstanciabilidad de la cultura de la información y de cuanto nos envuelve. Como se ha dicho muchas veces, esta saturación provoca incomunicación. El saber es un proceso lento y estamos atrapados en el torbellino informativo”.
Josep Pla, “que hace literatura a partir de la falsa crónica periodística”, y Capote son autores que siempre relee. “Me interesa la iniciativa de Gonzalo Herralde de editar los A Fondo en vídeo como arma frente a la televisión basura. Ayer noche vi de nuevo la entrevista con Pla. Es una joya. Cuando viví en Londres, descubrí que este país no se sabe vender y desprecia lo bueno que tiene”.
Ignasi vive en una pequeña construcción, una especie de casa para el perro pero a escala humana, situada en el jardín de la casita que su madre tiene en el barrio de Gracia. En esta habitación, almacena discos y libros, algunos robados, y su ordenador. “Marx decía que la revolución triunfaría cuando los obreros tuvieran los medios de producción. Ahora los tenemos. Muchos de los programas que he hecho para canal Metro los he editado en casa desde mi ordenador. La tecnología es accesible. El problema son los medios de distribución. En este país hay pocos, están obsoletos y son muy reaccionarios. Falta una industria cultural mayor de edad, que en Londres sí existe, y con más variedad”.
Canal Metro no le ha renovado el contrato. Hasta entonces, hacía un programa de retratos de treinta segundos. “Utilicé el género entrevista en formato audiovisual y sin sonido. Relacionaba al personaje con algo cotidiano. Grabé a Mariscal fumándose un porro, a Marta Carrasco durmiendo con su perra Salomé, a Sisa haciéndose un bocadillo, a Pau Riba duchándose”. Aunque necesita trabajar presionado, “que me exijan una fecha de entrega porque si no me pasaría el día durmiendo”, ahora se está documentando a conciencia sobre la vida del poeta José María Fonollosa, el gran olvidado de nuestras letras. “Gimferrer, que sabe mucho de él y que es quien lo descubrió, no dice nada porque es un ególatra. Tenemos que asumir la contradicción. El discurso demasiado perfecto es fruto de psicópatas. Si estuviéramos todos de acuerdo no habría diálogo. Fonollosa era un tunante maravilloso que escribía muy bien. Algún día publicaré una obra sobre su vida y sobre sus insomnios”.
El museo portátil fue otra de sus invenciones. Un día, acompañó al artista Miralda hasta Reus. Ambos estaban muy preocupados porque los gigantes que salen en las fiestas mayores pasan hambre y no comen nunca. “En Reus hicimos una instalación para que los gigantes pudieran comer. Sisa y Miralda son los iconos del pop nacional. Sisa ha sido como mi otro padre. Ocurre que se ocupa poco de mí a nivel económico. Como fue sietemesino, ha llegado a las cosas antes de tiempo. Cantó boleros cuando no tocaba”.
Ignasi detesta bajar a Las Ramblas, “parecen el paseo Marítimo de Lloret. El Ayuntamiento ha convertido la ciudad en un inmenso Maremagnum donde priva la especulación. En el CCCB casi todo lo que hacen es de cartón piedra y la mayoría de quienes se acercan al ICUB son aspirantes a funcionarios”.
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Su polifacético trabajo está relacionado en cierta medida con el de Roger Bernat. Han colaborado en obras como La La La La La, Amnèsia de fuga y Tot és perfecte, en la que niños y adolescentes representaban una novela de caballerías. En el 2008 estrenan en el Grec Rimuski. Con Juan Navarro, creó Fiestas populares, una obra que han llevado por media España, y con el coreógrafo y bailarín Ferran Carvajal, ha trabajado en Goldberg un espectáculo basado en las Variaciones Goldberg, de Bach.