Rosa Novell
Es una agitadora que vive el mundo del teatro con furia y que llena cualquier escenario con sus gestos y su voz. Trabajar en un papel coral en el Teatre Lliure con jóvenes de hoy en plan colega -así ha festejado los veinticinco años de la primera temporada de un Grec que fundó junto a otros amantes del teatro-, le ha devuelto juventud. Unes polaroids explicítes, obra de Mark Revenhill, dirigida por Josep Maria Mestres, trata sobre el compromiso social y la imposibilidad de aleccionar y dar respuestas globales sin caer en el ridículo. “Percibo un cambio de actitud en las generaciones últimas que me da felicidad. Son generosos, espléndidos actores, podrían ser mis hijos y, sin embargo, su actitud se parece a la nuestra cuando empezábamos”.
No se cuando la conocí. Supongo que fue en Las Ramblas antes de 1974. O quizá en una representación de Las Troyanas en versión de Sartre, traducida al catalán por Pedrolo, que interpretó junto a Joan Lluis Bozzo en el pasillo que va de Letras a Económicas en la Universidad de Bellaterra en 1973. Sin duda hemos compartido, a cierta distancia, hechos fundamentales que hoy permanecen en la nube de la desmemoria. Tras el primer Festival Grec, los teatreros progres barceloneses se escindieron en dos bandos. Los comunistas y los anarquistas de l´Assemblea de Treballadors de l´Espectacle. Estos últimos, montaron a finales de 1976 un Don Juan Tenorio múltiple en la ruina del Mercat del Born. El éxito fue de tal calibre que la ADTE concretó una iniciativa experimental en un local que fue embrión de muchos grupos, el mítico Saló Diana, donde se celebraron parte de las Jornadas Libertarias y donde Rosa Novell interpretó Sueño de una noche de verano con Juanjo Puigcorbé, Silvia Munt y Miquel Corts. “En aquella época vivir del teatro era una quimera. Yo fui muy espartana y quise llevar a la práctica mis ideas. Si quiero ser independiente y vivir sola, tengo que ser capaz hasta de cambiar la rueda de un coche. Por las mañanas, trabajaba en la Corporación Metropolitana tras aprobar unas oposiciones que me horrorizaron. La cooperativa del Diana no daba, y el que tenía dinero pagaba la cena a los demás. Fue un época fascinante en la que cuanto hacías era por convicción”.
Durante aquella primavera gloriosa que duró cuatro años, algunos creímos posible cambiar el mundo y vivir en una democracia real. ¿Por qué se vino abajo en 1978 todo aquello? Es algo que ahora, desde la distancia y con la laboriosidad de copista medieval, estoy tratando de dilucidar. Rosa Novell, tras haber actuado con éxito, sobrevivió como pudo. En 1980, la decepción política y una impotencia creativa generalizada impusieron la época del desencanto. La actriz había pedido la excedencia como funcionaria, y las obras de teatro de TV2 no daban ni para pipas. Durante el verano de 1981, hasta llegó a hacer encuestas en el Empurdà. “Me sentía perdida y mal. Veía como los valores de la sociedad se volvían individualistas y el dinero empezaba a ser lo más importante. El teatro siempre me ha salvado de la tristeza, de la soledad, del miedo. En 1982, harta de pasividad y desconsuelo, tomé la iniciativa, pedí un crédito que me avaló mi padre, y con Sanchis Sinisterra montamos aquel Happy Days de Beckett que triunfó y que llevamos al María Guerrero de Madrid”. Rosa siempre crece como actriz ante los precipicios y las sustituciones inesperadas. Con aquel Beckett, arrancó una carrera imparable. La Marquesa de Rosalinda de Valle Inclán, dirigida por un argentino de excepción, Alfredo Arias, y Restauració de Eduardo Mendoza son dos obras que recuerda con especial cariño. También el monólogo reciente de Molly Bloom.
Rosa, que también ha hecho mucho cine, quiso investigar el trabajo de dirección. En 1996, dirige Maria Rosa de Guimerá, y le llueven los elogios. Sigue con Olga sola, en el espai Brossa, con escenografía de Jordi Colomer. También dirige Les dones sabias, de Molière, El teatro a la moda que interpretó Fernando Guillén y unas arias de Puccini que recorrieron Italia. “Pasé tres años dirigiendo y pensé que si no volvía pronto a los escenarios, les iba a coger pánico. Me puse las pilas y me fui a una planchadora para aprender a planchar y doblar camisas de hombre como una profesional. Representé La plaça dels herois de Thomas Bernhard, dirigida por Ariel García Valdés en el Nacional de Catalunya. Mientras soltaba un texto caótico, planchaba y doblaba camisas a toda velocidad”. Con este espectáculo consigue el Premio de la crítica y el del público. “Me emocionó el Nacional porque nunca había trabajado con tantos medios. Flotats hizo un buen trabajo al conseguir que este teatro exista, y Domenech Reixach es un buen programador. Este teatro está dando trabajo a mucha gente”.
Junto a mi mesa, Rosa suelta un monólogo que me conmueve. “Cada domingo, mi padre cogía a sus cuatro hijas y nos llevaba a los pequeños teatros de Gracia. Mi padre era un buen actor aficionado y le robaba horas al sueño para poder representar con gente como Pau Garsaball y Rafael Anglada obras del teatro clásico catalán. Este mundo me fascinaba; aquel teatro era un acto de amor y de generosidad en el que la única recompensa era un buen aplauso. Una tarde, tendría 5 años, entré en el escenario y con el dedo toque la pared y se hundió. Fui corriendo al camerino de mi padre y le dije: la pared se hunde. Pensaba que los decorados eran de verdad. De pequeña no quería ser actriz, era tímida, rebelde, no comía, no iba a fiestas. Quería ser independiente, ir a la universidad y, en mi adolescencia, fui existencialista, amaba a las feministas más radicales de los sesenta y me vestía siempre de negro. Quería que los hombres se fijaran en mí por mi cabeza, no por mi cuerpo. Y me cultivé. Estudié literatura catalana con Molas y Blecua, que me dieron armas intelectuales. Hasta tercero de carrera, que me fasciné con Jeanne Moreau, no quise ser actriz. Nunca milité en ningún partido aunque me sentía próxima al PSUC, e hice teatro obrero en los bares de La Sagrera. Llegaba la policía y teníamos que saltar por las ventanas y salir corriendo. En aquellos tiempos de penuria habían muy pocos modelos. Julieta Serrano y Nuria Espert fueron referencias enormes. Aún lo son. Hace seis años, una de mis hermanas murió de sida y sentí que el teatro no es lo más importante. Me humanicé. Cuanto mayor eres, mejor actriz puedes ser. Son tus vivencias las que te ayudan a transmitir sensaciones. Me he vuelto muy positiva, y lo conseguido desde 1976 a nivel teatral, me parece un sueño”. Novell, ¡Qué actriz y qué mujer!
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Después de una larga trayectoria en cine y teatro al lado de gente como Joan Ollé, Mario Gas, Georges Lavaudant, Maurizio Scaparro, Alfredo Arias, Lluís Pasqual y de interpretar a autores como Molière, Brossa, Beckett y Pinter, en 2008 dirigió Joan Brossa, el dia del profeta, un homenaje al maestro en el Teatre Nacional de Catalunya y puso en escena Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza.