Mireya Masó
Imagínese que usted pasea por la campiña francesa no lejos de Toulouse y que de pronto se topa a lo lejos con un edificio inmenso, el Centro de Investigación Espacial, y con dos extrañas tumbonas perdidas sobre el campo. Se sienta en una de ellas para contemplar mejor la singular edificación y siente como si se hubiera metido en una burbuja de sonido. Cuatro altavoces medio enterrados cubiertos con un tronco delimitan un espacio rectangular. Se escuchan cantos de diferentes pájaros. Cree reconocer el canto de un pavo real, el de un jilguero y el de varios petirrojos. Se deja llevar y observa que algo incierto altera los cantos. También escucha rugidos de aviones que no sabe si salen de los reactores de la fábrica de aviones o del equipo de música que alguien colocó aquí. “Yo soy la artista y ésta es mi última instalación”, me dice Mireya Masó, una mujer menuda de color rosa que ronda los cuarenta años y a quien los entendidos señalan como una de las artistas emergentes más sólidas del país.
”La conservadora María Corral me presentó para que me concedieran una beca en Delfina studio trust de Londres. Cada año, los artistas de este centro seleccionan a dos artistas europeos para que pasen un año en él. Te dan casa y estudio. Tuve la suerte de ser elegida. Y en Londres me obsesioné con el tronco de una secuoya inmensa que estaba expuesta en el Museo de la Ciencia. En sus anillos estaba escrita la historia de la humanidad desde el año 500 hasta el 1.800. Cada anillo no es regular, pues el árbol no crece de la misma manera en primavera que en otoño. A partir de ahí, me empezaron a interesar los jardines y las posibilidades que el mundo vegetal ofrece para buscar la belleza. Descubrí una colección de rosas en el Queen Gardens, donde a cada rosal le han puesto un nombre. Perestroika, Fiesta, Yesterday, Humanidad, Peter Pan… Estos sistemas organizados te permiten descubrir el alter ego de los ingleses, a quienes tanto satisface tenerlo todo clasificado y controlado”.
Mireya me enseña las exquisitas fotos de estos rosales brutalmente podados. Me fascinan, parecen almas descuartizadas en un espacio desolado. Me explica que ha realizado un vídeo con la historia de una ardilla entre los espectros de vegetales llenos de pinchos que viven en aquella luz tan distinta a la del Mediterráneo.
En los parques, donde pasó muchas horas, se dio cuenta de que los cantos de los pavos reales y de otras aves cambian tras escuchar el ruido de los aviones que sobrevuelan la ciudad o el de los móviles. “El objeto artístico me interesa cuando tiene la capacidad de provocarte cosas contradictorias que no se agotan con una simple mirada.” El vídeo que ejecutó en la ciudad del Támesis lo presentará este año en el museo de Figueres, en la Galería Fucares de Madrid y en la Bienal de Ginebra. Y la idea de la instalación que montó cerca de Toulouse también la ideó en Londres. “Me gusta vivir fuera, te sumerges en otra mentalidad y vives más intensamente tu creatividad al romper con la rutina.”
Se dice que el arte inglés está de moda. Mireya me cuenta que los artistas ingleses viven en sus cotos cerrados, que son muy individualistas y que, por lo general, no sienten curiosidad por lo que hacemos los demás. “Al poco de llegar, empecé a visitar las salas más conocidas y sentí que la escena del arte inglés era muy mercantilista. En pintura, vi muchos revivals sin fundamento. Como si la gente tuviera amnesia frente al pasado y presentara cosas ya hechas de una forma deshuesada y con menos concepto. El virtuosismo y lo exquisitamente elaborado es lo que asombra al público. El rizar el rizo y la técnica no me interesan porque acaban por encajonarte y te oprimen más que te ayudan. Más tarde, fui encontrando iniciativas más estimulantes. Me interesó un proyecto que se llama Art Angel que dura un año. La artista Rachel Withread rellenó con yeso y cemento las habitaciones de una casa, la Ghost Hause, que iba a ser demolida. Al derribarla, quedaron los huecos de las distintas habitaciones. En Inglaterra, cuando tienes una idea aunque sea compleja de ejecutar te sientes optimista porque la puedes llevar a cabo. En Delfina, me interesaron las piezas de Adam Chodko y de Mark Wellinger, un conceptual que ha representado a Inglaterra en la Bienal de Venecia de este año”.
Conozco a Mireya desde hace años. Suele pasear por el paseo del Borne con garbo desleído, mirada cargada de significado y las manos sucias de pintura. Ella es una artista que no teme cultivar la sensibilidad hasta el extremo y que no crea para la exposición que ha de inaugurar mañana. Y, aunque trabaje con dos galerías, Antonio Barnola de Barcelona y Tomás Marc de Valencia, va libre y a su aire a por una carrera de fondo. No cree en la obra inmediata, cree en el largo plazo y en una creación humanista que no se quede en puro formalismo. Mireya, que dibuja extraordinariamente bien desde niña, es humana y frágil aunque cuando saca el genio no es precisamente un vaso de gaseosa.
La artista nació en Barcelona, estudió en muchos colegios; primero fue a las monjas de Jesús y María, luego al Lluís Vives, a la academia Peñalver y al CIC. A punto estuvo de matricularse en Arquitectura pero en el último instante optó por Bellas Artes porque la pintura es lo que más amaba. Pasó años críticos; una de sus dos hermanas se mató en accidente de moto, fue entonces cuando se ensimismó con un libro que le ha marcado. El tiempo recobrado, de Proust. “En este libro hay algo que me es fundamental. El diálogo subjetivo con un objeto, la vivencia y la rememoración que te proporciona dicho objeto sin recurrir a artificios barrocos. Genial”. Se apasiona al narrarme un vídeo del artista belga Francis Alys, que vive en México. “El vídeo transcurre junto al mástil que sostiene una gran bandera en la plaza del Zócalo. Una oveja da la vuelta en círculo alrededor del mástil. Cuando llega al punto de partida aparece otra, y así sucesivamente hasta que el rebaño forma un círculo cerrado”.
La situación del arte en España y en Barcelona la inquietan. “La sociedad española tiene un cambio pendiente en el mundo del arte, no sé si desde 1.900 o desde la Transición. Es una sociedad con una estructura que enquista las formas. Falta radicalidad y replantearse muchas ideas establecidas, algo que me parece poco factible. Hay talento pero falla la estructura porque no responde a las necesidades del artista y tampoco las estimula. Falta riesgo, tesón y exigencia”.
Curioso, tras pasar unas horas bajo una parra cargada de racimos de uva junto a esta mujer, pienso que lo que más la define es su capacidad de riesgo y lo mucho que se exige.
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Mireya, artista, y Mercedes Masó, bióloga, viajaron a la Antártida para llevar a cabo un proyecto de cooperación de arte y ciencia. El resultado es una serie de fotografías y vídeos que pudieron verse en PHotoEspaña2006. De la Antártida a Tailandia, de los animales de Nunatak a Arco, la feria de arte más importante de España, donde ya es conocida.