Pasión Viajera
Siento un vacío, también un dolor que se trasforma en música gracias a la generosidad y optimismo, que tantos de nosotros hemos disfrutado.
Ana Briongos ha sido la apasionada viajera que supo convivir en culturas propias y ajenas con unos y otros en varios continentes, penetrarlos y hacerlos suyos. En cualquier lugar estableció relaciones con dignidad, respeto y cariño hasta conseguir compartir amistades con personas de aquí y de otras culturas.
Una canción de Raimon le marcó el camino, «Jo dic no, digem no. Nosaltres no som d’eixe món», mientras estudiaba físicas en la Universidad de Barcelona en tiempos de represión y dictadura. Ana Briongos dijo no al sometimiento a un régimen autoritario, a la sumisión a la familia y a la religión. Y buscó el aprendizaje en otros mundos.
En 1968, Ana abandonó la militancia en el PSUC y se subió a un barco turco hasta Beirut, con veintidós años, diez mil pesetas y un macuto con dos mudas. Tras un trasiego de autobuses y trenes entre desiertos, montañas, pueblos y ciudades, se instaló en una pensión de Kandahar sin medir el tiempo y sin fecha de regreso. Pasó varios meses de aprendizaje, en los que descubrió nuevas formas de vida en las antípodas de lo que hasta entonces había conocido. Afganistán era entonces una monarquía, no existía el integrismo religioso y tampoco las invasiones extrajeras. Kandahar era punto de encuentro de hippies y viajeros, en tiempos en los que el viaje a Oriente implicaba iniciación y una nueva espiritualidad.
Ana se descubrió a sí misma y regresó renovada, dispuesta a ayudar, comprender y potenciar a amigos y a artistas que se cruzaran en el camino. La madre de su primer marido tenía en lo alto del Guinardó un terreno y su padre, un hombre hecho a sí mismo que llegó sin nada de un pueblo de Burgos, consiguió prosperar y quiso construir en este terreno. Oscar Tusquets y Lluis Clotet, recién licenciados, proyectaron una casa insólita de pisos laberínticos con grandes espacios comunes no apto para familias convencionales. Allí fueron a parar Victor Jou y Pepe Aponte y crearon Zeleste; Francec Bellmunt y nació La orgia; Joan Brossa, Pau Maragall, Montesol, Miguel Briongos, Vicky Combalía y unos norteamericanos con músicas desconocidas, entre otros. Y entre todos crearon un caldo de cultivo contracultural y unas corrientes de pensamiento que siguen vivas.
Ana pasó un tiempo en una casa sin nada con Pau Maragall en la Mola de Formentera. En una casa vecina, vivía Pau Riba y Mercè Pastor cuando él grababa en la naturaleza Jo, la donya y el gripau y ella tenía un hijo sin médicos ni comadronas. Así fue como los cuatro se hicieron colegas de por vida.
Volvió una y otra vez a Afganistán, conoció Calcuta y estudio persi en la Universidad de Teherán, donde se especializó en cultura persa. Durante una temporada se instaló en una tienda de alfombras para vivir el día a día en el bazar de Asfahán y penetrar en la intimidad de los iraníes. Pasó largas temporadas en el país.
En 1977 encontró al hombre de su vida, Toni Alsina. Se casaron en compañía de cientos de amigos en la exposición de Mariscal Gran Hotel, en la underground galería Mec Mec. La plenitud de la vida en común, la motivó aún más y Ana se convirtió en escritora de viajes: Un invierno en Kandahar, La cueva de Ali Baba, Negro sobre negro. Esto es Calculta y por fin Mi cuaderno Dorado, el viaje más largo. Lo inició en los arrabales de Berkely para estar cerca de su hija, su nuero y sus nietos. En Mc Kinley Avenue con Addison tenía unos vecinos que eran reliquias de épocas floridas. Tras conseguir traspasar las puertas casi infranqueables, se contaron la vida y surgió la narración que la escritora buscaba desde que murió su madre. En Berkeley la autora ha pasado largas temporadas en épocas navideñas con Toni y familia.
Con Toni ha recorrido medio mundo. Estaban juntos en Japón con el hijo, cuando tuvieron que regresar de urgencia. La enfermedad ha sido una mala jugada del destino que Ana aceptó con una plenitud admirable, por sentirse querida y cuidada, tras cuarenta y ocho años de matrimonio, por un marido humanista y excelente compañero de viaje, contemplando el Mediterráneo desde los ventanales del hogar junto a sus hijos y nietos. Reconociendo que la vida ha merecido la pena y con la conciencia de haber cumplido tres deseos. Devolver la maleta al hijo en Kinsasa, que un fotógrafo nigeriano confió a su madre, cincuenta años, antes de partir a Londres, donde murió en un accidente; conseguir la publicación de un libro sobre la casa Fullá y ver publicado Mi cuaderno dorado.
Mi buena amiga Ana ha vivido más vidas que siete gatos. Ha observado, ha escuchado y ha intimado. Siempre seguirá viva en la memoria, en sus libros y en un blog maravilloso: Pasión Viajera, que llena de dicha.
Pepe Ribas
Publicado en la Vanguardia el 27 de junio de 2024