UCRANIA: La multiculturalidad está en los cementerios
Entrevista al escritor, poeta y ensayista ucraniano Yuri Andrujovich realizada en primavera del 2012.
El centro geográfico de Europa no está en Alemania, tampoco en Chequia o Hungría, está en Ucrania. Concretamente en las proximidades de Lviv o Lemberg, como se la denominó cuando fue la capital de Galitzia en tiempos del imperio austrohúngaro. Galitzia, tierra mítica por ser morada de buenos escritores, encrucijada de civilizaciones, etnias y religiones, ha sido un territorio en eterna apostasía y donde las ciudades cambian de Estado y de nombre. Allí nació en 1960, Yuri Andrujovich, en Ivano-Frankivsk. Extraordinario escritor ucraniano y europeo que te mete en las contradicciones extremas de un mundo que no es Este ni Oeste, que ha sufrido guerras atroces, purgas, deportaciones, hambrunas provocadas con millones de muertos, eliminación de las élites, repoblaciones sanguinarias, Hitler y Stalin. Un mundo que, pese al terror, también canta, bebe, satiriza, se sabe burlar del pasado y del futuro, a los que teme por igual. Un pueblo vivo que se encoña y disfruta en presente, con o sin vodka.
Descubrí Mi Europa, de Yuri Andrujovich y el polaco Andrzej Stasiuk, poco antes de emprender un viaje a los Cárpatos, en el verano de 2009. Buscaba los rastros de un campamento guerrillero que existió entre 1941 y 1946. La localización exacta, a pocos kilómetros de la pequeña ciudad polaca de Sanok, me la dio un anciano, Kamil Worjkiewicz en Wlen, Baja Silesia, en el extremo opuesto de Polonia. Un país que corre sus fronteras y su población cientos de kilómetros a derecha e izquierda desde hace mil años. Mi anciano se parecía mucho al abuelo de Andrujovich, rememorado en su Revisión Centroeuropea. Mi viejo se salvó del tiro en la nuca tras suplantar la identidad de un polaco muerto en campaña; al suyo le reventó la cabeza la metralla de un avión en vuelo raso, mientras miraba la guerra por la ventanilla de un tren, con un cigarro en la boca.
Conduzco al atardecer por una pequeña carretera que atraviesa un bosque de los montes Beskides, tras pasear durante horas por las grutas del campamento reencontrado. Dos policías motorizados me obligan a detener la camioneta berlinesa en la que viajo, justo al comienzo de una recta que corre en paralelo al río San, afluente del Vístula. No hablan ningún idioma que yo chapurree. Gesticulamos. Registran lo que llevo y, mediante signos, me desaconsejan cruzar al país de los «shoshonyk». Además, a la camioneta le faltan papeles. No me queda otra que suspender el viaje a Ucrania, en busca de Andrujovich, hasta el verano del 2010.
En la ciudad de Prsemysl, los relojes van a su aire y miden diferentes épocas. Mis vecinos del banco contiguo, sentados en una plaza arbolada envuelta de cúpulas austriacas y edificios barrocos, son jóvenes cosacos, llevan la cabeza rapada y beben mucho vodka, tal como cuenta Andrujovich en El último territorio. Un libro de crónicas que te mete de lleno en la multiculturalidad de los cementerios. Una multiculturalidad opuesta a la posmoderna, muy de imperium, que fue masacrada por los nacionalismos y por el divide y vencerás de rusos y británicos allá donde convenga. Deduzco que el imperium austrohúngaro de Francisco José, desgajado del Imperio Romano Germánico tras la unificación de Alemania, poco tiene que ver con los imperios coloniales de ingleses, franceses y holandeses, cuyo fundamento era solo comercial, y que tantos escritores nos han metido en la cabeza. El imperium del cual habla Ivanovich es un conjunto de pueblos, idiomas y religiones que viven entremezclados en cualquier parte del territorio. La enseñanza era bilingüe, alemán y el nativo, y el imperator hablaba once lenguas. Así se salvó el polaco, el ucraniano y el eslovaco en el siglo XIX.
De regreso a España, contacto con el editor Jaume Vallcorba, Acantilado, y me cuenta que en una feria del libro de Varsovia descubrió una cola de gente culta y comprometida, esperando que un autor les firmara un libro. Era Andrujovich. Leyó sus libros en alemán y apostó por él, tras considerarlo uno de los poetas y novelistas más destacados del Este europeo, tras la caída del muro de Berlín.
Vallcorba me regala las dos primeras novelas que ha traducido: Recreaciones y Doce anillos. También me da el email del ucraniano, partidario enfurecido de la revolución naranja y buen amigo de polacos, rumanos moldavos y de otros pueblos que se quedaron sin estado: Besarabia, Bucovina, Rutenia, tras las dos guerras mundiales y el estalinismo.
Las dos novelas citadas, publicadas en su país en 1992 y en 2003, responden a dos momentos de la evolución de Ucrania como estado independiente, escritas en un estilo despiadado, dentro de la tradición del viejo humor centroeuropeo de Musil y de Bohumil Hrabal, corrosivo y mordaz, actualizando a la vez el disparate lúcido y grotesco de Gógol y de Bulgákov. En las dos noches, sátira y caos, que relatan las dos novelas se aprecia el deterioro surrealista de las relaciones sociales y de las identidades en unas sociedades corroídas por las mafias y el autoritarismo tras años de telón de acero.
En 2010 mantengo la esperanza de encontrarme con el autor en Kiev. En las plazas y bulevares de Lviv leo Moscoviada. Un poeta ucraniano va becado a Moscú cuando el imperio soviético se derrumba. Una tarde de sábado, la embriaguez, el amor y la lucha arrastran al poeta hasta los túneles de la cárcel más famosa del KGB, Lubianka, donde se encuentra a su novia que es espía, cuidando unas ratas enormes. El escritor acaba en una sala donde los personajes más ilustres de diferentes épocas de Rusia debaten cómo mantener unidas las mil nacionalidades del imperio. El relato te sumerge en un tío vivo disparatado y jocoso en el colosal declive de la Unión Soviética.
La prosa de Andrujovich es culta y compleja, mezcla géneros, rompe esquemas con gran ironía y juega a una posmodernidad inteligente con un humor guerrillero y un contenido que es metralla.
Cuando llego a Kiev, Andrujovich ha cogido su mochila y vaga por Bucovina. Finalmente en marzo de 2012 nos encontramos en Barcelona.
«A finales de los setenta fui a Lviv a estudiar periodismo. Tradicionalmente era una metrópoli cultural que hacía la competencia a la capital. Llegué ilusionado. Había teatro, algunos directores y actores habían salido de prisión, otros desparecían. Había una escuela de diseño muy activa. Para mí fue decepcionante. La atmosfera era muy soviética. En los últimos años de la era Brezhnev, el arte, la literatura y la vida social en la Unión Soviética estaban bloqueados. Fue una época muy mala. Solo existían los caminos personales y salir al exterior era impensable si no eras miembro del Partido. Todas las asociaciones de escritores estaban controladas. Los artistas independientes no teníamos la más mínima oportunidad. Cualquier contacto con un extranjero era motivo de persecución y espionaje por parte del KGB. Y el contacto con Polonia, Checoslovaquia y Hungría estaban prohibidos.»
Andrujovich vivía en una residencia de estudiantes. «Cuando querías tener sexo, tenías que pactarlo con los otros tres compañeros de la habitación. Otoño dorado o Perla de la estepa, dos vinos baratos, fuertes y muy dulces, hechos de fruta, aplacaban nuestro aburrimiento.»
En 1985, gracias a la Glasnost, la cultura ucraniana resurge y nace un underground clandestino, estilo beatnik. Junto a Viktor Neborak y Oleksandr Irvanets, Andrujovich funda uno de los grupos literarios más importantes: «Nos conocimos en unos seminarios de jóvenes poetas inquietos, que pretendíamos revitalizarlo todo. En uno de nuestros encuentros, inventamos el grupo con un nombre que tenía algo muy magnético. Bu-Ba-Bu (Burlesco, bufonada y carnavalesco, que en hebreo significa caos). Para burlar la censura solo leíamos ante un círculo de lectores de veinte o treinta. Muchos también eran artistas. En el ’87 ya se nos permitió hacer nuestra primera actuación pública en un teatro, pero no pudimos publicar hasta 1989».
A Moscú no fue por amor sino por necesidad de ganarse una beca y no tener que trabajar en una imprenta. En aquellos tiempos era la única posibilidad de ganarse la vida como autor independiente. «El ambiente en Moscú en los dos últimos años de la Unión Soviética fue una explosión. De pronto, en las librerías podías encontrar todo lo prohibido. Desde el Ulises de Joyce, Nabokov, hasta Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn. Se abolió todo tipo de censura. Era mejor no ir a clases, quedarse en casa y leer. Luego llegaron los años en que todo era deficitario, en los que no había nada y el vodka lo tenías que comprar en el mercado negro a los vietnamitas o a los taxistas a precios de escándalo.
Andrujovich ha venido a Barcelona a presentar Perverzión. Lo escribió en 1996. El autor está desolado. «La corrupción para muchos es la única posibilidad de encontrar soluciones para su vida, pero el problema fundamental es la falta de libertad. Volvemos a ser un país no libre. Después de la revolución naranja, pensamos que habíamos llegados a un nivel europeo. Ahora si vas a una manifestación te pueden caer cinco años. El tribunal enseguida fabricará cualquier excusa. A Moscú le viene bien porque no quieren que Ucrania se convierta en una parte libre de Europa.»