Ana Briongos
Llega de Isfahan, la ciudad más bella de Irán, tras convivir con una familia bazarí en una casa sin puertas y pasar muchas horas viendo como desplegaban alfombras maravillosas en una tienda del bazar. “Cuando una extranjera se instala en una casa, los habitantes se alegran. Para la mujer representa poder hablar, hacer turismo y salir de compras a cualquier hora. Y el marido estaba encantado pues cuando volvía a casa, encontraba a su mujer parlanchina y feliz. También he vivido con los nómadas bajtiáris que aún moran en tiendas en el sur del país. El libro que ahora preparo versará sobre el Irán de Jatami que poco a poco se va abriendo, presionado por la explosión de una juventud que representa el setenta y cinco por ciento de la población y que ya va al cine en pareja, cogidos de la mano, comiendo pistachos. Aunque si no cambian la Constitución, temo que la apertura del régimen sea demasiado lenta y muchos opositores callen; tras los desastres de la guerra con Irak nadie quiere más muertos”.
Parece que a Ana, una mujer que fue musa y catalizadora en épocas de alucine, le van las pre-transiciones. Conocí a esta mujer enérgica y potente al poco de nacer Zeleste, en uno de los primeros conciertos de Pau Riba, cuando era la compañera de Pau Maragall. “Los dos Paus juntos eran el delirio. Admiraba al Riba, que pasaba largas temporadas en La Mola de Formentera e iba pariendo hijos sin ningún cuidado médico y con éxito. Yo no hubiera sido capaz. A veces le acompañábamos a sus conciertos en provincias y, como era tan provocador, salíamos todos corridos a gorrazos. De Pau Maragall, que ya ha muerto, aún me es difícil hablar. Creo que era el más brillante e inteligente de la movida de aquellos años tan descontrolados y creativos en los que apostamos muy fuerte por un cambio verdadero. Sus ideas eran fantásticas, ocurre que no encajaron con los cánones que nos impusieron nuestros hermanos mayores, y acabaron en fuego de artificio”.
Ana está exultante. No es para menos. Una mañana le llegó a su emilio una noticia del Daily Telegraph. Su primer libro publicado, Negro sobre negro, un cuaderno de viaje sobre Irán que arranca en la época del Sha, traducido al inglés por Planet, fue seleccionado junto a otros cinco, para el premio Thomas Cook 2001, algo así como el Nobel de la literatura de viajes. “Se falla en Septiembre, ¡estoy tan sorprendida de haber sido seleccionada en el país de Henry Morton Stanley y Bruce Chatwin! A mí, a quien tan poca gente conoce como autora y que tanto me costó publicar. Haré como Javier Bardem, daré una cena a los amigos antes de septiembre”.
Siempre sentí curiosidad por esta mujer reservada que a finales de los 60 provocó la construcción de una casa de pisos que es leyenda, la de la calle Génova, pues en ella se encontraron los sujetos más rabiosamente creativos y revolucionarios de la época. “Mi padre fue el promotor. Mi hermano y yo le convencimos para que los arquitectos fueran Oscar Tusquets y Lluís Clotet. Creo que fue una de las primeras casas de pisos que construyeron, y cada pared se tuvo que hacer dos o tres veces. Mi padre, abogado, por poco se arruina. Luego, entre sus amigos y los nuestros, la llenamos de raros. Brossa, Francesc Bellmunt, Narcis Serra, Victor Jou, el Vallés de los cómics. Algunos aún viven. Y Pau Maragall era el animador general del cotarro. Las puertas siempre estaban abiertas y organizábamos unas verbenas de San Juan de órdago”. Recuerdo, estuve en una de estas fiestas y aluciné pepinos con la música y la mezcla. Me invitó Pau a quien acababa de conocer en Les enfants terribles, cueva de alucinados, en una noche rabiosa en la que me dijo que Ajoblanco sería mierda burguesa.
“Llegué a la universidad en 1965 sin saber nada de nada. Me di cuenta de que a las chicas, en clase de filosofía o de literatura en el instituto Montserrat no nos habían enseñado lo mismo que a los chicos del instituto Balmes; ellos estaban más preparados. Mi padre había llegado en 1939 de Burgos con los nacionales y se casó con mi madre que era catalana. Vivíamos con mis abuelos maternos. Eran todos muy creyentes y cada noche rezaban el rosario. Mi padre decía las aves marías en castellano y mi abuela respondía en catalán bien alto. Esa tensión luego se fue normalizando. Aquella rebeldía femenina me infundió ánimo. Así que cuando acabé Preu, en vez de estudiar Derecho, que es lo que mi padre quería, me volví respondona y estudié Física, algo que las mujeres de la época no estudiaban y que me autoafirmó como mujer. En la facultad coincidí con Vidal-Quadras pero yo enseguida me hice del PSUC, milité en el Sindicato de Estudiantes y me nombraron responsable de actividades culturales”.
El mayo del 68, el estado de excepción que decretó Franco en el 69 y un desencanto político provocado por el autoritarismo endémico que padecían los opúsculos marxistas de oposición al Régimen la precipitan a un barco turco de línea regular, cutre y económico, que atracaba en los principales puertos del Mediterráneo y cuyo destino era Estambul o Alejandría. “Salí de Barcelona acompañada, al cabo de poco me quedé sola con la firme decisión de llegar a Oriente. En el barco coincidí con estudiantes de países musulmanes que volvían a su tierra y con hippies que seguían la senda de los Beatles hacia la India. Me quedé un invierno en Kandahar, Afganistán. Me fascinó la gente y su austeridad, las caravanas y los bazares, y vivir en aquel hotelito que no costaba dinero sin que nadie me dijera lo que debía hacer o lo que tenía que pensar”.
Ana regresó a Barcelona con los oasis, los personajes y las casas de adobe metidas en sus entrañas. Aquella iniciación la transformó en viajera, con los años en escritora. “Acabé la carrera y me tocó dar clases de matemáticas y físicas en un instituto del Besós, junto a La Mina. La verdad, no me veía a los sesenta años enseñando a los chavales algo que no les importaba un comino. Así que me fui a la embajada de Irán a pedir una beca para aprender persa, que es lo que también hablan en Afganistán. Me la dieron de inmediato. En 1973, me fui a vivir a Teherán y me encontré en un aula para licenciados en literatura persa sin ni siquiera conocer el abecedario. Pero lo aprendí, y al volver a España trabajé hasta la revolución de Homeini, 1979, con empresas de aquí que hacían negocios allí”.
Algunos ecos se han marchitado, otros se han transformado en palabra escrita, algo que desde 1992 obsesiona a esta gema que brilla y que he reencontrado en un rincón de la Villa Olímpica de Barcelona.
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En 2002 publicó La Cueva de Alí Babá (Lumen), su visión de Irán día a día, un éxito editorial traducido a varias lenguas. Años después, tras un largo viaje por India, apareció ¡Esto es Calcuta! (Ediciones B), que le mereció el Premio Grandes Viajeros 2005. Continúa con sus viajes y da numerosas conferencias que pueden seguirse a través de su blog: pasionviajera.blogspot.com