Cristina Fallarás
En el oasis catalán, la realidad sigue desfasada. El orden establecido impone una sociedad sedada por lo que la tarta del poder es cada vez más escasa. Se la guisan unos patriarcas con tanto autoritarismo que no caben relevos ni recetas ultramontanas. Sin embargo, existe una nueva generación que empuja, que está ahí con vigor estrambótico y que se ha fabricado una vacuna perversa.
En los últimos años de Ajoblanco supe que Fallarás era una de las musas de esta generación enigma a la que tanto le cuesta acceder al campo del nuevo periodismo y de la agitación social. A su reencuentro me dirijo. “En 1986, huí de Zaragoza con dieciocho años. Me vine corriendo a Barcelona con la boina puesta y los calcetines altos a descubrir mundo. Ya en el 90, monté una editorial para hacer periódicos locales en Nou Barris”.
Cristina Fallarás pasó del mejor colegio de monjas para señoritas en la capital del Ebro a alquilar por siete mil pesetas al mes el cuarto de escobas de una portera de Sants en el que instaló su catre. “El váter me lo monté en un rincón del patio. Me matriculé en periodismo. Aquella facultad era un paripé donde no aprendí nada. Nos contaban cómo hacer caldo de gallina, algo que ya sabíamos, no había ningún ordenador y la gran revolución de futuro iba a consistir en el teletexto. De internet, nada de nada. Hubo un profesor, Rafael Grasa, que sí supo pronosticar lo de las ONG´s. Cuando exigías más a los profesores, los compañeros te decían: ‘Calla, calla, que si no, no nos aprobarán’. ¿Qué se puede esperar de una generación que no hemos tenido formación ni cultura y a la que no se nos ha exigido nada?”.
Dónde sí aprendió es conviviendo con los insumisos, con los okupas y con los últimos rescoldos del movimiento libertario. Movimientos que no estaban ligados con el poder político ni recibían ayuda institucional. “Fue en Nou Barris dónde encontré los últimos coletazos de la red social y vecinal que había parido la sociedad civil en la década de los setenta y que iba a dar batalla al Ayuntamiento olímpico porque éste olvidaba sus responsabilidades. Aquí hay noticia, me dije. Y monté el periódico local Nou Barris nou. Me importaba que a unos vecinos se les cayera la casa encima mientras subvencionaban a un tal Sanahuja, el constructor de las casas con aluminosis del Turó de la Peira. Y que Samaranch, que había construido bloques insalubres en Ciudad Meridiana, fuera el presidente del COI. Aquello aglutinó a mucha gente que buscó refugio en ateneos populares y centros anarquistas. Ahora todo aquello no me interesa”.
Cristina, desde cría, conoce mundos paralelos y no le da miedo cultivarlos. Sus padres se casaron por amor en contra de la voluntad de su abuelo materno, un rancio aristócrata navarro que era carlista. Y es que los de este bando habían fusilado a su abuelo paterno, en la guerra civil, que pertenecía al republicano.
“También me movía de noche con gente de la Zona Franca. No era la noche como se entiende ahora. Era una noche triposa y solidaria, de irse a Montjuïc a una juerga campestre o acabar en la Plaza Real. La época de la heroína había pasado. Y la coca era más de sociatas, de esos chicos que llevaban traje, que anhelaban un puesto y que acababan siempre colocados. Ahora no conozco ningún ambiente que no tome cocaína a espuertas, desde la gente de más bajo nivel social hasta los despachos de los centros más supersónicos de poder”.
Cristina se fue a vivir al okupado Cuartel de la Montaña, apuraba la noche y a las doce del mediodía llegaba a la redacción del diario. A veces almorzaba en la casa de un señor de la barriada de Vallbona, que todavía tenía cabras, en busca de historias y contradicciones.
Pasqual Maragall cayó un día en Nou Barris. “Me dijeron: métete en aquella furgoneta que el alcalde quiere conocerte. Pasqual me empezó a hablar, yo tenía un diario que influía, y me sedujo”. (risas)
¿Si estabas en contra de las instituciones –le pregunto-, ¿cómo es que te dejaste camelar por el nuevo rey del pollo frito? “Por inteligencia suya y soberbia mía. ¡Aquel hombre desde tan arriba se había dado cuenta de lo maravillosa que era yo! Mantuve una relación bastante estrecha con él cuando lo de Catalunya Segle XXI. Tres años de cenas exquisitas con muchos patricios de una izquierda de falsa bondad, que es lo más nocivo para la política, como las ONG´s, porque roba la reflexión y el pensamiento. Aquello desembocó en Ciutadans per el canvi. Yo salí corriendo porque para nada aspiraba a convertirme en concejala”.
Mientras moría cualquier movimiento social de base, “un nacionalismo moderado y muy europeo instrumentalizaba una falsa cultura y sufragaba movimientos sociales desmoronados. Ahí mi generación cayó en un pozo”. Cristina, que es un animal político, sabe que a los suyos les ha dejado de preocupar la política, a excepción de los chicos del PP y de ERC. “Es terrible, porque aunque sea para estar en contra, a la política tienes que tomarle la medida para entender lo qué es lo que pasa”.
“Coincidí entonces con los niños malos inteligentes de mi generación. Panda que oscilaba entre cultivar la inteligencia o irse de putas. Y nos montamos un nuevo proyecto como revulsivo en Nou Barris. Primero la revista A Barna, que aún sigue. Y la revista Arrabal, que salió para toda España en 1992 y que duró cinco números. No pretendíamos buscar respuestas a la nada, como Ajoblanco que era una flor en el desierto pero encumbraba parafernalia, sino meter la llaga en las dudas. Fue un experimento catastrófico debido a la pésima gestión económica. Cuando quebró, me desahuciaron, viví en las aceras donde no hay plata pero sí hay calor y vida”.
Cristina buscaba dinero para salvar el proyecto y los tiburones cultos de la ciudad le proponían cama. “Una chica inteligente de vida disipada no amarga un dulce, pero esa gente no es generosa. Son vampiros que necesitan sangre joven e ideas nuevas donde hallar novedosas formas de vida para su política y sus productos culturales”.
El juez había sellado su casa. Desesperada, acudía sola al rompeolas para de espaldas a la ciudad, fumarse un porro y preguntarse: ¿vivo o me suicido? “De un tiempo a esta parte, en mi generación existe un juzgado moral que te impide compartir la locura, como en los setenta. Nadie cuenta lo que nos hemos visto obligados a vivir para escapar de la muerte. Lo hemos probado todo. Drogas, sexo, riesgos, pero en soledad. Y quien resiste y sigue pensando deja de ser mojigato. Si soy referente, amada y denostada, es porque en ningún momento he bajado la guardia”.
Una noche, Cristina tuvo un accidente de coche y se rompió la cabeza. “No me acordaba de escribir ni el número ocho y me dije: Esto se acabó. Como en Barcelona no conseguía parar se fue a Madrid, donde se ha dado un tiempo para sí misma y se ha enamorado. “En Madrid leo más que escribo. La prensa la veo patética y el periodismo se ha vuelto falsario, vergonzante, cobarde, interesado. Prefiero plantar zanahorias”.
Y mientras se me escapa corriendo, pienso: Desde luego, la libertad se toma, jamás la regalan.
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Tras vivir un tiempo en Madrid y dar luz a un niño, se ha convertido en una destacada columnista y blogera, comentarista y tertuliana. Diario, televisión, radio e internet. Fallarás está en todas partes para dar su particular visión de-lo-que-sea. Luego de ser redactora jefa de El Mundo Catalunya, y articulista en El Periódico, participó en La Ventana de la Cadena Ser, y hoy es subdirectora del periódico ADN del grupo Planeta. De su visión irreverente, ha escrito La otra Enciclopedia Catalana (Belacqua, 2002), y de su largo paseo noctámbulo la novela, No acaba la noche (Planeta, 2006).