Gay Mercader
Le debo uno de los rituales más fascinantes que he vivido y que marcó un punto de inflexión irreversible en mi educación musical. Aquellas notas te transportaban al más allá. Éramos muchos. Y por supuesto, íbamos a cambiar el mundo. Fue en el Palacio de Deportes de Granollers. En noviembre de 1973. El primer concierto de King Crimson en España y en su mejor momento psicodélico. Acababan de componer Larks´ Tongues in Aspic. “Aquel concierto fue uno de los primeros que organicé y me dejó pasmado por la magia que se creó. Cuando decidí montar conciertos me dije: Ya que en Barcelona hay poca basca, haré algo radical para los que toman LSD. Ver a tanta gente con aquellas melenas brutales me hizo pensar, ¿dónde se meterá toda esa gente durante el día? Los de la casa de discos me habían dicho que no lo hiciera porque saldría mal, y un locutor de radio lo mismo. Lo conseguí porque me ayudó un extraño tipo, muy de derechas, que me facilitó los permisos y una pequeña subvención del Ayuntamiento de Granollers. Aquel éxito me lanzó”.
La policía secreta ordenó a Gay Mercader que sólo dejara una puerta del recinto abierta porque buscaban a una chica que se había escapado de casa. Gay abrió todas las puertas. La policía se vengó deteniendo a Picarol por vender pósters de Jesucristo Wanted. Recuerdo aquellos carteles como si hubiera tenido uno colgado en mi dormitorio durante años. Así como la ascensión colectiva que provocó David Cross con el violín. ¡Oh tiempos, tan cargados de buenas vibraciones colectivas!
Gay, en estos días en los que la globalización que apuntó el rock ha tomado cualquier mercado, vive con su nueva compañera, una joven que lo ha introducido en el techno, en una casa llena de perros, caballos, faisanes, gatos, tortugas, gallinas y pavos reales, perdida en un bosque de alcornoques casi inaccesible de la provincia de Girona. Desde allí, sin ordenador, dirige sus empresas. Trae a Oasis y a todos los grandes grupos de ayer y de hoy. “Mis amigos Eric Clapton, Eno o Robert Fripp siguen boyantes”. Por cierto, ¿sabían que Gay es el cuarto Tricicle? Desde hace años es socio de Paco Mir.
Pero, ¿de dónde sale aquel muchacho larguirucho, activo y risueño que se trajo a los Rollings contra viento y marea, que entonces vivía en Valldoreix ajeno al bullicio festivo de Las Ramblas, el Magic y el Saló Diana y que relanzó la revista Disco Expres en 1978?
“Nací en Barcelona y fui el primogénito. A las pocas semanas, me metieron en un avión con la sirvienta. Mis padres vivían en París. Estudié en Saint Louis Monso con los nietos del entonces presidente de la República, el famosísimo general De Gaulle, con el hijo de Onasis, con los hijos de los terroristas de la OAS y con el hijo del presidente de Madagascar. Cuando jugábamos en el patio, teníamos policías con escopetas vigilando. ¡Qué colegio! Creo que por esto me he dedicado al rock&roll”.
Su padre tenía una importante empresa de seguros. “No era un exiliado pero sí catalanista. En casa jamás se habló de Franco ni de la situación española. Y en la prensa francesa, España sólo interesaba cuando iba a jugar el Real Madrid”. Cuando llegó el mayo del 68, Gay tenía dieciocho años. Algunos pijos se subieron a un mini, disfrazados con Levi´s de pana, y se infiltraban en Saint Germain para ver qué es lo que ocurría. Gay se quedó rezagado y se encontró en una sala del Odéon escuchando a un tipo con barbas que explicaba cómo se fabrican los cócteles molotov para meterlos debajo de los tanques cuando éstos tomaran París. “Esto y el hachís me cambiaron la chaveta. Tras lanzar adoquines contra la policía, decidí que quería dar la vuelta al mundo a pie. Mi padre se asustó, y me metieron en un Mercedes con chofer rumbo a casa de mi tío, Victorio de Sica, que vivía en Milán y era un buen hombre. Durante unos meses trabajé en una compañía de seguros de amigos de mi padre. No aguanté y me vine a Barcelona a trabajar en la compañía de los Millet, la familia que dio soporte a los conciertos del Palau de la Musica Catalana””.
Una tarde, paseando por Rambla Cataluña, descubrí una tienda de locos que era Groc. Abrí la puerta, escuché música de Bob Diley, mandé a la mierda los seguros y me dediqué a vender camisas de Toni Miró. Alterné este trabajo con el de portero de noche en el Pachá de Sitges. Nunca más volví a ser un tipo convencional”.
En 1969, Gay trata de persuadir al dueño de Pachá, Ricardo Urgell, para traer a los Rolling, que había visto dos veces en París, junto a los Who y Pink Floyd. “Costaban algo tan banal como dos mil libras esterlinas. Urgell no se atrevió y tardé tres años en encontrar a un cómplice. Fue en el bar La Enagua, se llamaba Segis, llevaba a Máquina y sabía de locales. Aproveché un viaje a Londres en el que tenía que comprar discos para Pachá para visitar a un agente que me escuchó. Poco tiempo después organicé mi primer concierto en el Palau de la Música, los Millet me ayudaron a conseguir el local, en el que tocó la psicodélica Incredible String Band”. Tras lo de King Crimson, Gay descubre el pabellón de Badalona, trae a Frank Zappa, Jethro Tull, Chick Corea, Kevin Ayers, Genesis y Eno, entre otros, y todos en 1975. “Los ingleses querían los escenarios a más de un metro del suelo, como aquí sólo estaban acostumbrados a los entoldados y no existía infraestructura costó bastante conseguirlo. Cuando vino Emerson, Lake and Palmer tuve un enorme conflicto con los electricistas porque no entendían lo de las tres fases”.
En 1976, trae por fin a los Stones. “Pretendía montar el tinglado en un enorme descampado para que los precios fuesen asequibles y traer también a los Who. En Cambrils, alquilé unos terrenos pero la población hizo correr el bulo de que cuando se abrieran los puertas de los camiones, un ejército de enloquecidos se dedicarían a violar a las mujeres del pueblo. Y en La Roca, me encontré la plaza del Ayuntamiento con pancartas que decían “Gay no”, y al pleno municipal debatiendo que no querían un campamento de homosexuales. Mi apellido provocó inmensa confusión. Así fue como acabamos en la Plaza de toros Monumental a 900 pesetas la entrada. Hubo palos y bolas de goma en la puerta y me montaron una interesada campaña de desprestigio. Angel Casas, quien también se quería meter en el negocio, proclamó a los cuatro vientos que los Stones estaban pasados de moda. Y en otros periódicos se decía que “se acabó la gallina de los huevos de oro” y que yo sólo traía a grupos acabados o que sólo venían a ensayar sus giras. Este país, la verdad, tiene un complejo horroroso. Lo cierto es que perdí tres millones de pesetas, me deprimí y estuve un tiempo parado. Pero lo peor fue en 1982, en que no pude organizar un super concierto con motivo de los mundiales de fútbol en aquella Barcelona que había perdido fuste, y lo hice en Madrid.
Gay guarda muchos secretos. Las grandes estrellas del rock han pasado por su casa. Keith Richards le ha mandado unas películas de vídeo que él quiere ver. Quedamos para otro día, cuando yo regrese del Peloponeso y él tenga ganas de seguir la charla.
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Mientras los Rolling Stones sigan sacando disco y giren por el mundo, tal vez Gay Mercader continué gestionando su aterrizaje en España, como lo hace desde 1976. Gay Mercader, vive en la montaña desde donde coordina los 250 eventos anuales de Gamerco, empresa líder del mercado de conciertos en España adquirida por la estadounidense Live Nation. El 27 de Marzo de 2003, recibió la Medalla de oro al mérito cultural de la ciudad de Barcelona.