Joaquim Jordà
La trayectoria de esta furia humana a la que le gusta poblar las pantallas de cine con ideas heterodoxas y que se ha convertido en referencia del documental cinematográfica para las nuevas generaciones es una vacuna contra los montajes comerciales. En 1997, tras rodar su película más encuadrable en el género de ficción, Un cos al bosc, con Rosy de Palma como un increíble guardia civil convincente, sufrió un infarto cerebral que le dejó como secuela una alexia. “Cuando me ponía delante de un texto, de entrada, no significaba nada. Tuve que aprender de nuevo el abecedario y a traducir letra por letra, con lo que la lectura, que ha sido la pasión de mi vida, o incluso la traducción ya no son placeres, se han convertido en necesidades que me son útiles para ejercitar la mente. Para mí el periódico es el crucigrama, lo hago como ejercicio. También padecí agnosia, que es la pérdida de identificación entre el objeto y su nombre”.
La enfermedad cambió su forma de aproximarse a la realidad. El gran superviviente de la Escuela de Cine de Barcelona quizá sea ahora más libre y humano que nunca. ¡Qué proeza!. Tras el accidente, ha rodado dos películas, Monos como Bechy, un mezcla de ficción y realidad sobre la vida del inventor de la lobotomía, el Premio Novel portugués Egas Moriz, que causó conmoción y, ahora, está montando El caso Raval, sobre los pederastas, la banda del huevo y el proceso de transformación urbanístico del barrio barcelonés. “Gente que pierde su vivienda, y la necesidad que tiene la autoridad de promocionar la podredumbre del lugar para operar en ella y justificar la especulación”. También ha diseñado un master sobre el documental en la Universidad Pompeu Fabra y en 2002 prepara nuevos largometrajes. Hasta tiene la intención de rodar un musical sobre los inmigrantes en el que mover a muchos actores. “Lo basaré en dominicanos porque me gusta la salsa”.
Joaquín nació en un pueblo rodeado de bosques, Santa Coloma de Farners en 1935, y ha sobrevivido tal cual él ha querido y creído frente al rosario de escaramuzas que la segunda mitad del siglo XX ha deparado a cualquier progresista. Desde los seis años es un lector empedernido. Lo primero que leyó fue la Biblia y también recuerda una Historia Universal decimonónica que le proporcionó una cultura general que le valió ser el primero de la clase en sus primeros años de bachillerato. Los pasó interno en los Jesuitas, primero en Barcelona, más tarde en Valencia. “El primer recuerdo que tengo de mi padre, que era notario, es cuando preparaba los discursos dominicales que luego debía pronunciar ante la juventud de uniforme en la plaza del pueblo. Él era el jefe de Falange española y había estudiado en Madrid con José Antonio”. Aquellas actuaciones en plena posguerra le dejaron muy poca huella. Si recuerda el pánico que sintió al ver Nosferatu de Murnau en el cine parroquial del pueblo. Pese a ello, la vio más de veinte veces. “Me producía excitación y terror. La veía entre las rendijas de los dedos porque me tapaba la cara con las manos. Cuando salía del cine, las farolas de quince vatios se bamboleaban por el viento, la oscuridad creaba sombras fantasmagóricas y la película se prolongaba hasta llegar a casa”.
Los maquis de las montañas acechaban al notario, así que la familia se trasladó a Nules, y el joven Jordà, que resolvía los acertijos de La Codorniz en un periquete, fue a parar a los Jesuitas de Valencia. Como no quería confesar ni comulgar porque no era piadoso, el estudiante modelo, tras una emergencia inventada para el escaqueo que acabó en una irreverente operación de apendicitis, fue expulsado, y aterrizó en el Instituto de Reus, nuevo destino de su padre. “Tuve la suerte de que Reus contaba con una biblioteca no expurgada llena de libros prohibidos. También que el instituto fuera mixto y que contara con excelentes profesores castigados por el Régimen. Cuando me trasladé a Barcelona, opté por estudiar Derecho aunque me gustaban más la Física y la Medicina; sencillamente lo hice por no discutir con mis padres, que provenían de familias de juristas”.
En la facultad, se encontró con Luis Goytisolo, con Salvador Giner y con Octavi Pellisa, junto a ellos compartió inquietudes. Frecuentaban las tascas del Chino y él llegó a tener una novia puta. “En segundo, nos metimos los tres en el seminario Juan Boscán que impartía José María Castellet. Los domingos por la mañana íbamos a unas tertulias en el Bar Club. Algunas veces acudían Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma. Manolo Sacristán nos enviaba misivas desde Alemania, donde ampliaba estudios, y Juan Goytisolo libros desde París. Yo escribía y quería ser narrador. Descubrí el marxismo y los jóvenes de la tertulia nos metimos en el PC ante la sabia reticencia de los mayores”. La política y la vanguardia obrera se instalaron en la vida de Jordà. Su militancia evolucionó, con los años, hacia la radicalidad de las Plataformas Anticapitalistas y los movimientos de Autonomía Obrera.
Una anécdota curiosa que le costó el fin de sus estudios de cine en la escuela de Berlanga, en Madrid: “Estaba en la célula del PC de la UNINCI, la productora de Bardem y Muñoz Suay. Un día, recibó el encargo de que aclare con Carlos Saura, que estaba rodando Los golfos y era profesor nuestro, su postura ante el PC. Ceno con el reconocido director a solas en un restaurante apartado, le interpelo, y me dice que es un iconoclasta como Servet y Buñuel. Al día siguiente, molesto, me saca a la pizarra, cosa que no hacía con nadie, y me pone como caso práctico una escena irresoluble. Vuelvo a Barcelona. Abren Bocaccio, hago de ayudante de director y construyó guiones que no se ruedan hasta que con Pere Portabella, Ricardo Bofill y Jacinto Esteva planeamos un proyecto con cuatro historias. Por diversos motivos, sólo Jacinto y yo las filmamos. Como ya no creo en la narrativa lineal, influido por el estructuralismo y también por Cortázar, fragmento las escenas”. Las dos películas se ensamblan en el montaje y nace Dante no es únicamente severo (1967), el manifiesto de la Escuela de Barcelona”. Muñoz Suay saca un artículo en Fotogramas que corre de boca en boca. La gauche divine ya tiene cineastas. La censura, como años más tarde el dinero, le impiden rodar más películas. Joaquín se convierte en traductor de libros. Ha traducido más de ciento cincuenta para ganarse la vida sin molestar a nadie, casi todos en la editorial Anagrama.
Joaquín, que ahora vive en la zona paquistaní del Rabal y que es amigo de todo el mundo, rememora su largas estancias en Italia, en Portugal, en Madrid y sus documentales, como el de Numax presenta, una fábrica en lucha ocupada por los obreros, o El encargo del cazador, sobre su amigo ya muerto, Jacinto Esteva.
Entre el humo de nuestros cigarros, parece un niño grande que no acepta la derrota del pensamiento frente al capital depredador.
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Falleció en 2006, tras realizar Más allá del espejo y la segunda parte del documental Numax presents, Veinte años no es nada.