Loles León
Loles León abre la puerta del ascensor y traspasa como una exhalación el umbral de una buhardilla posmoderna del barrio de Salamanca.
Sin copas ni porros, despertamos una intimidad congelada en 1988. Año en el que la reina del cabaré provocativo que había tomado el barrio de Malasaña fue absorbida por Mujeres al borde de un ataque de nervios. “Nunca más presentaré los Goya, te pones en manos de desconocidos y luego todo el mundo te critica. La semana que viene me voy a rodar a La Patagonia con Marco Ricci, el hijo de Nino, y luego ruedo con una directora italiana novel que me dobló en Amor de Hombre”.
Loles es una actriz entrañable que puso de moda, sin rebajarse a sucedáneo, el arte de reciclarse antes de que los simulacros de todo tipo convirtieran el Madrid cultural en un gran esperpento. “He estado más de un año fuera de circuito”. Una noche, Loles, la hija del churrero de la Barceloneta, ligó con Jeremy Irons con tan mala fortuna que resbaló por las escaleras del hotel y estuvo más de cuarenta y cinco días en el hospital, tres meses con muletas y seis hasta andar por la calle sin temor a las multitudes. “Desde que tengo uso de razón me recuerdo protestando y defendiendo mi libertad. Nací en la Barceloneta y fui a un colegio al que también acudían gitanas; las compañeras con quienes mejor me entendía. Al salir, me iba al Somorrostro por la playa, bailábamos y cantábamos entre las hogueras y las chabolas. Feliz entre aquel arte que yo no sabía qué era, no me acordaba de volver a casa. Y mi madre me decía: ‘¿Has estado en el Somorrostro?’ ‘No’, mentía yo. Ella me olía el pelo y la ropa. Como se me había pegado el humo, me descubrían y no me dejaban hacer lo que sentía”.
El primer regalo paterno fueron unos zapatos de tacón a medida. Siempre que acudían visitas, su padre exclamaba: “¡Niña baila que yo te canto!”. “Hasta que a los catorce años, agitando unas tetas así de gordas, me negué. ‘Si pretendes un espectáculo, quiero cobrar’, le dije. Pasé del flamenco, me lié con el teatro independiente y, como en mi casa el teatro comprometido era cosa de putas, a los veintiuno años dejé los trabajos –churrera, pescadera, recepcionista- y me fui a vivir a una comuna de actores en Gracia. Lo sentí por mis padres, pero mi obstinación era ser tan grande como la Espert. Seguí mi camino, me lié con el director del grupo, el padre de mi hijo, y durante un tiempo sobrevivimos gracias a mi indemnización laboral. Aquel tipo de teatro no daba ni para cacahuetes”.
La primera vez que Loles pisó un escenario fue en Vilanova i la Geltrú, en 1972: un recital de poemas de Miguel Hernández. “Lo hicimos fatal pero me sentí orgullosa”. Luego representó Los reyes, de Cortazar. “¡Tres meses de ensayos para una única representación! Mi padre me había regalado muchas joyas de cría, así que un día me las vendí y nos exiliamos con mi novio, qué románticos, en Suecia. Nos volvimos, claro, y me enrollé con los de la sala Villarroel. Barcelona era entonces el laboratorio de ideas más grande que he conocido. Unía la lujuria con la elegancia y la educación”.
Loles ramblea, se radicaliza, se vuelve cada vez más feminista. Del PSUC comunista se pasa a la CNT anarquista. Loles, ¿recuerdas el día en que nos manifestamos contra la nueva ley de Peligrosidad Social al poco de llegar la democracia? “Gritábamos como locos mientras los grises nos lanzaban pelotas y botes de humo”.
“A mí de Barcelona me echó Jordi Pujol, que fue quien cerró la Cúpula Venus, un lugar que marcó una época importante, cuando triunfaba el espectáculo de cabaret que inventó Nuria Massot. Nos quitaron los focos, nos negaron los permisos. Todos los espectáculos tenían que ser en el catalán de Pompeu Fabra. Me llamaron charnega, butiflera. Me fui al nuevo Arnau durante nueve meses y luego volví a la Sala Villarroel. Pero yo sabía que a Barcelona le habían robado la magia, que no me iban a dar ningún papel deseado y que en Madrid estaban la industria y mi futuro. Escaldada, me subí a un Talgo con dinero prestado, me corté el pelo y atolondrada, siempre que me interesa algo meto la pata, me fui a ver a Almodóvar que no me hizo caso. Poco después me invitaron al Primer Festival de Teatro Independiente y presenté: Loles es Lola”.
Lo recuerdo bien,1983, yo vivía en Madrid y asistí con Cecilia Roth a aquella representación comprometida y salvaje que inauguró el nuevo cabaré madrileño. Actuaba sola, con un pianista y mucha provocación. Años más tarde, llegarían Paco Clavel, Las Virtudes, Wyoming, y la nueva moda se instalaría en los locales progresistas del barrio de Maravillas en letra de Rosa Chacel.
No fue todo de color fucsia. Loles pasó apuros. Sólo tenía cuatro vestidos, dos sombreros, un amigo pianista y un fajo de tesón. Cogió una gran cesta de mimbre, metió en ella su vestuario y se convirtió en empresaria, en escenógrafa y en la única actriz de su propio espectáculo. Partió de gira por muchas provincias hasta que la contrataron en el Elígeme. “A partir de ahí todo rodado”. Loles llenaba todas las noches hasta reventar con su Loles es maravillosa. Abría con un texto de Boris Vian bastante agresivo, se metía con los tíos e improvisaba con bronca traviesa y buenas canciones. “¿Qué tal chochis? ¿No quiere uested hablar de sexo? Entonces, ¿a que ha venido? La puerta está abierta, y Wojtyla en El Dos de Mayo. Recuerdos de mi parte… Y por favor, si tienes algún amigo cachondo no le digas que no venga”. Hasta Carmen Romero, por aquel entonces primera dama, fue al espectáculo. Extasiada ante el brutal desparpajo, la invitó a su mesa para decirle “hija, mentira me parece que seas catalana”. Del Elígeme pasó a la Sala Maravillas, donde Almodóvar la descubrió y se instaló en una mesa durante un mes entero. Y es que Loles despertaba instintos. Rodó Mujeres y Átame, película con la que fue nominada al Goya como mejor actriz de reparto. Con Vicente Aranda trabajó en El amante bilingüe, La Pasión turca y Libertarias.
“La niña de tus ojos, ¡qué felicidad de película! En Praga fui tan dichosa. Vivíamos en un hotel pequeñito y me sentí en todo momento la tata de Penélope Cruz. Para Fernando Trueba y para Cristina, todas fuimos las niñas de sus ojos.”
¿Volverás?, le preguntó. “Cuando voy a Barcelona me siento en un mal sueño. Se ha vuelto una ciudad encerrada sobre sí misma a la que le falta selva y en la que no hay manera de unirse con nadie. ¡Con lo bonito que es compartir y vivir hacia fuera! Le costará mucho tiempo recuperarse”.
Loles vive sola, su pareja es el trabajo y las mamarrachadas de la tele la enfurecen. “La trivialidad se ha apoderado de casi todo. Me preocupa cómo se educa a la juventud”.
Me da un beso de despedida y siento una bocanada de aire fresco.
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La chica de la Barceloneta se convirtió en fenómeno televisivo con la serie Aquí no hay quien viva, interpretando a Paloma. Ganó el Fotogramas de Plata a la mejor actriz de TV y fue nominada por la Unión de Actores al mismo reconocimiento. Debido a desavenencias con la productora por su sueldo, los guionistas resolvían la situación ingresando cíclicamente a su personaje en coma, hasta hacerla morir (sin provocar ninguna suspicacia en la audiencia). Por fin, Loles volvió al teatro después de catorce años con Por los pelos, una obra coral en la que es “una secundaria de primera fila”. En el 2008, se celebraron los 20 años de Mujeres al borde de un ataque de nervios.