Luisa Ortinez
Es menuda, ágil, discreta y no envejece. Sigue pareciendo una niña y vive rodeada de jóvenes artistas. Ha sido pionera en cuestiones relacionadas con el mundo del vídeo en España y se mantiene como referente en iniciativas innovadoras. Probablemente el secreto de tanta viveza es que ni se ha acomodado ni comulga con el orden establecido. No me avergüenza decirlo. Está mujer es algo más que una amiga; para mí ha sido el espejo en el que mejor me veo. Tanto en las épocas de crisis como en las relajadas o mundanas, ella y yo formamos una célula ajena a cualquier desorden. Desde hace un tiempo, está tramando un proyecto cultural de envergadura que aúna cuanto ha desarrollado a lo largo de su dilatada trayectoria. Pero como el asunto no está cerrado y aún le quedan algunos flecos pendientes, prefiere no abrir boca. Las palabras antes de hora ahuyentan el duende.
La conocí en la plataforma de un autobús que bajaba por la calle Balmes a toda pastilla. La vi, me gustó y lancé mis libros de Derecho contra el suelo para llamar la atención. Ella me ayudó a recogerlos. Fue en Septiembre de 1973, pocos días después de la cena en la que nació Ajoblanco. Ella tendría diecisiete años y yo veintidós. Aún está por llegar el momento del adiós. “Supongo que mi padre, que era fabricante, pretendía que fuera una ama de casa maravillosa, una burguesa. Algo raro debió de intuir; a mis 11 años, mi madre me sacó de las monjas de los Sagrados Corazones y me llevó al Garbí, que era un colegio laico y catalanista, heredero de la antigua Escola del Mar que fundara Pere Vergés. Pasé de un colegio mojigato a una escuela en la que los alumnos participábamos en algunas decisiones. Colaboré en las jornadas de cine y en la revista de la escuela. También debatíamos las noticias que publicaban los periódicos. Fue en aquel colegio donde salí de la burbuja y se me despertó un gran amor por la cultura y por las problemáticas sociales durante el fin del franquismo. Mientras cursaba COU, me levantaba a las seis de la mañana para ir a trabajar a una fábrica por convicción solidaria y decidí estudiar Derecho para defender a los obreros. En segundo me di cuenta de que aquella carrera no iba conmigo y me fui un año a Londres. Lo pasé viendo cine y limpiando casas para costearme la estancia”.
Esta activista de sensibilidad acusada y espíritu aventurero entra y sale, va y viene sin estridencias y procurando evaporarse ante cualquier síntoma autoritario o de mal gusto. “Creo que fue en el 75 cuando me apunté en el Institut del Teatre a un curso de vídeo que se llamaba CIPLA. El vídeo estaba en pañales; sólo había unas cámaras enormes, con trípode, que se usaban para grabar en estudio. En aquellas clases se me abrió un mundo y conecté con Xefo Guasch, con quien tras las primeras jornadas de vídeo internacional que se celebraron en la Fundació Miró en 1976, fundamos Video Nou, un colectivo pionero. Compramos los equipos de vídeo en sistema CV, el primer magnetoscopio de media pulgada, en la Documenta de Kasel”.
Luisa no fue consciente de estar viviendo algo anormal. Vistos en perspectiva, recuerda aquellos años undergrounds de Video Nou, del 76 al 79, como de ebullición permanente y mucha creatividad. “Cualquiera con quien contactabas era un creador sin límites, sin prejuicios y sin el amparo de alguna institución. Casi todos creábamos en equipo. Fue una época muy viva. En casa de Xefo, una casona vieja y destartalada en una callejuela del barrio de La Ribera, instalamos la sala de montaje y la de reuniones. Aquellos fueron unos años fabulosos porque ocio, trabajo y libertad eran lo mismo. Cada miembro de Video Nou proponía lo que deseaba grabar, y se apuntaban los que querían. A unos les interesaban los barrios, a otros el mundo cultural. Yo disfruté mucho grabando un guión que parieron los del Rrollo Enmascarado cuando vivían en la comuna de Sant Josep Oriol. Mariscal, Nazario, Onli You, Ocaña, Camilo y muchos otros totalmente desmadrados jugando a parir escenas sin cesar”. En 1980, Video Nou, a través de Pau Maragall y de sus contactos con el nuevo ayuntamiento socialista y la Fundació Joan Bofill, se transformó en Serveis de Video Comunitari. A Luisa dejó de interesarle y se fue a vivir a la India.
Volverse viajera fue la vacuna con la que escapó de la época en la que se desvanecieron los sueños por un cambio social, la desesperanza punk conquistó parte de la creatividad emergente y el país entero entró en el desencanto. Vivió en India más de dos años, donde trabajó como reportera para la revista Interviu. También ocupó más de uno en recorrer el continente Americano y tuvo un hijo. “De 1985 hasta 1991 trabajé en Galería Ciento. Con el artista que más conecté fue con Carlos Pazos. Me impactó aquella creatividad tan relacionada con su vida cotidiana y con la necesidad de expresarse desde las entrañas. Me dio muchas claves para entender el arte”.
Tras el cierre de La Ciento, Luisa contacta con artistas jóvenes excluidos de los circuitos comerciales a causa de los soportes que utilizan e inventa un proyecto novedoso que materializa con éxito. “El primer Se Alquila duró un día y participaron diez artistas en un local cedido gratuitamente de setenta y cinco metros cuadrados frente a la difunta galería de Carles Poy, en el Borne”. En 1995 concibió esta idea para dar salida a la creatividad más arriesgada. “En los tres Se Alquila que he organizado no había dinero, tampoco se vendía nada. Nos prestaban un local, lo arreglábamos un poco con bombillas y tendido eléctrico, dividíamos los gastos entre todos los artistas participantes, tocaba a dos pesetas por artista, y las obras que se exponían eran efímeras. En el último, el que se hizo en el principal de mil metros cuadrados de un palacio en ruinas de la calle Puertaferrisa y que duró cinco días, cincuenta artistas mostraron sus creaciones a las 5.000 personas que pasaron por allí”. Recuerdo las instalaciones de Zush, de Jordi Colomer, de Juan Ugalde, de Françesc Ruiz, de Mireya Masó, de Javier Peñafiel.
Intermix, otro de los inventos que Luisa realizó en el CCCB, juntaba a grupos de nuevos artistas que elaboraron un proyecto común para un espacio concreto. Los bloques de hielo que cuatro artistas de disciplinas diferentes esculpieron bajo la coordinación de Xavela Vargas es una acción difícil de olvidar. También ha sido responsable de La Capella durante la temporada 98-99 y de una muestra de arte argentino en Buenos Aires y en Santa Mònica.
La furia de Luisa nunca chirría y sí alienta a muchos de los artistas que luchan por un arte que recoja los sentimientos de un mundo que se niega a vivir sin alma. La otra tarde, los de Video Nou, veinte años después, volvieron a reunirse, esta vez con los responsables del MACBA. Objetivo: restaurar aquellas cintas y adaptarlas a un sistema en el que se puedan ver. Son parte esencial de nuestra historia reciente.
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