Lulú Martorell
Los programas que ayudaban al espectador a formarse como ciudadano han desaparecido de las pantallas de televisión. La creatividad que da juego al pensamiento y la curiosidad inteligente han sucumbido ante el poder de los números y de este sujeto de mil caras y ninguna llamado audiencia. Sin riesgo, la espontaneidad y la libertad de quienes inventan la tele es papel mojado. “Antes, cuando presentabas un proyecto a un productor, éste tenía que imaginar la calidad del resultado. En la actualidad, se remite a un gabinete económico que evalúa a quién va dirigido, a cuántos puede enganchar, el coste; suman, restan, y sale un número. Sólo se aceptan aquellos programas que puntúan más de un ocho. Cuando se emiten, si no obtienen la audiencia estimada se cortan en seco. En esta tesitura es casi imposible crear equipos”. Quien así habla es una mujer poco convencional y muy juguetona que no se calla lo que piensa. Explosivamente creativa, ella, con más agallas que un atún, ha provocado e inventado, casi siempre en equipo, de lo mejorcito que hemos podido ver en las pantallas. “Si el mundo es tal cual sale en la tele, no juego. La suerte es que el mundo es mucho más rico e interesante. Por tanto, vivo en la calle y consumo escasos minutos ante la pequeña pantalla”.
Cuando Lulú cumplió cuarenta años y llevaba veintidós en TVE, emulando aquello que dice Groucho Marx de que uno no puede ser socio de un club que te acepte, decidió dejar el trabajo fijo y sacar partido al esfuerzo de no tener familia ni responsabilidades. También es verdad que la estupidez con que el PP ha aderezado las cadenas públicas la agobiaba. Fue en 1998. “Hubo un tiempo en el que podías decir muchas cosas, meterte con Calviño, con González. El director de Sant Cugat te llamaba y te reñía un poquito, pero no pasaba nada. La etapa de Pilar Miró fue la mejor, abrió muchas puertas. En 1991, tras la aparición de las privadas y con los socialistas muertos de éxito, llegaron las primeras navajas y, de un día para el otro, nos suprimieron Glassnost, el programa en el que más me he soltado”. Lulú, que ya pisaba las escalerillas del avión, no pudo rodar un programa en el país de los pigmeos, un pueblo que no distingue entre el canto y el habla. “Cantan cuando están contentos y hablan cuando están normales”.
Glassnot fue el programa estrella para los amantes de la cultura y el conocimiento mientras duró, entre 1988 y 1991. Consistía en una mezcla de informaciones y reportajes. Unas veces emitían retratos de artistas, otras, documentales sobre países de cuento. A veces, para no salirse del presupuesto y poder viajar fuera, Lulú revolvía el archivo de TVE, que es fabuloso, y construía con estos materiales y mucha sabiduría el retrato, por ejemplo, de Camarón de la Isla, a quien en general no le gustaba ser entrevistado.
“Recuerdo con especial cariño una entrevista a Basquiat que grabé con Pepe Vila-San-Juan. No fue para Glassnost, fue para Canal 10, un programa anterior. Basquiat estaba muy deprimido. Cuando le telefoneabas, él cogía el auricular, te escuchaba la perorata persuasiva, las demandas de encuentro pero no decía nada. Tal día a tal hora estaré en tu casa, le dije finalmente. Nos subimos a un avión y fuimos hasta Nueva York, tocamos el timbre y nada. A la media hora, nos abrió la asistenta, que era colombiana y que amablemente, cuando le explicamos nuestras aventuras y desventuras, se enrolló con el artista hasta convencerle. Comenzamos a hacerle preguntas. Él contestaba mediante monosílabos tras muchos segundos de tensión que yo aguantaba en un mar de sudor. Me agarraba con fuerza al bolígrafo, temerosa de que se me escurriera de las manos. El resultado fue un retrato psicológico brutal de un hombre abatido y en el umbral de la muerte”.
Lulú, hija de un compositor de música clásica que también amaba la contemporánea, creció en un ambiente bohemio y desordenado. “Tuve la suerte de ser muy feliz en mi infancia. Mis padres me querían mucho y me dieron algo que ahora reclamaría a todos los padres de mi generación. No hay que sobreproteger a los hijos para no cortarles las alas. A los trece años, mi padre, que era un humanista y me había enseñado a amar las creaciones del hombre, me dio las llaves de casa y me dijo: haz tu vida, que ésta ya te enseñará”.
La familia vivía junto al cuartel de Pedralbes. Lulú compraba las verduras a los payeses de la zona y también se instruía en música experimental y charlaba con Carles Santos y otros compositores amigos de su padre. “Estudié en el Talita, un colegio laico, progre y catalanista. Las clases fueron desde siempre en catalán, sólo cambiábamos de idioma cuando venía el inspector franquista. Desde pequeña, aprendí a no formar parte de la ideología dominante ni de la mayoría. Una suerte.” Luego fue al instituto y pasó 15 días en la cárcel, a los 17 años. En una celda de castigo de cinco metros cuadrados porque era menor de edad y no convenía que se mezclara con las presas más veteranas. En 1974, quienes vigilaban la cárcel de mujeres eran monjas. “Me acusaron de tener explosivos. Lo que ocurrió es que, tras la ejecución de Puig Antich, hubo follón en el instituto contra la pena de muerte. Se organizaron piquetes. La policía, como siempre, necesitaba detener a algunos para escarmentar al resto y me tocó la china. En la cárcel, pensé mucho, y desde entonces me siento muy próxima a los presos y a cualquiera que la caga en algún momento de su vida”.
Su primer trabajo se lo pasó su padre. Consistía en redactar los comentarios de algunos programas de mano de conciertos. También le gustaba el cine. Así que se matriculó en Periodismo, intimó con comunistas y libertarios, rodó con unos colegas una película en Super8 y, en segundo curso, ante la abulia reinante en la Universidad Autónoma de Bellaterra, se metió en TVE. Aterrizó como guionista de informativos y de Giravolt, un programa muy cañero. En 1979, se convocó la primera huelga en televisión. El único programa que no se emitió fue Giravolt. Expedientaron a sus cinco trabajadores y los pusieron de patitas en la calle. “Pensé que lo de la tele se me había acabado, decidí dedicar mi tiempo a mi otra pasión, la música, y empecé a trabajar con Carles Santos. Cuando en 1982 los socialistas llegaron al poder, nos readmitieron, y en 1984, codirigí mi primer programa, Pleitaguensam, un programa musical que tuvo éxito. Ya ves, en la vida muchas cosas son por carambola”.
Docúpolis, el festival de documentales, es una de sus últimas invenciones, pero la falta de recursos ha imposibilitado su continuidad. Para un canal temático que no sabe quien ve, ha creado junto a Tornasol, el ácido dibujante de cómics, un programa del que está más que satisfecha: Consultorio del Doctor Pedo. Y prepara viajes a países remotos. ¡Esta mujer me da caña!
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“Europea senegalizada”, vive en Djembereng, al sur de Senegal, donde sigue montando proyectos y realizando cine. Allí ha escrito el libro La familia Jammin’ en Senegalize, sobre el espíritu de Bob Marley. En el 2007 ha realizado junto a TVE un documental titulado Pepe Sales: pobres, pobres que els donguin pel cul.