Marta Galán
La compañía teatral La Vuelta, que nació en 1999 con la convicción de que teatro y acción social comprometida son una misma cosa, se ha convertido en un referente sobrecogedor del panorama teatral contemporáneo de esta ciudad.
La artífice es una mujer discreta, muy joven, que ama la dignidad del teatro y que apostó por mantener un pequeño colectivo estable que remueva las conciencias mediante una creatividad con sentido y mucho amor. “El teatro que me alimenta es el que me hace pensar, el que me rompe los esquemas preestablecidos y el que me ayuda a desaprender lo aprendido”. Marta Galán, que no está para hostias, ha creado tres espectáculos con una compañía de ocho miembros sin ingresos previos ni subvenciones, sin lugar donde ensayar y sin una queja. Sólo describe lo que muchos sabemos y algunos venimos denunciando desde hace décadas: “En este país, la sostenibilidad de procesos creativos es casi imposible. Se construyen pretenciosos edificios para exhibir espectáculos pero no para la creación. El error de empezar la casa por el tejado procede de las administraciones. Los arquitectos del nuevo Teatre Lliure, que es, se mire por donde se mire, un mastodonte, no han previsto un espacio de ensayo para las compañías”.
Hay algo peor. Las instituciones jamás apuestan para que los equipos de creadores contemporáneos puedan desarrollar procesos. Si conceden alguna ayuda, que es siempre ínfima, lo hacen a un director a quien conocen y para una sola obra. En consecuencia, el director sólo puede reclutar a un grupo de actores que se juntan para una producción concreta. Una vez realizada, el grupo se disuelve. Eso sí, estos burócratas exigen obras de calidad para presentarlas con éxito en los contenedores que gestionan otros burócratas educados en los mismos referentes, como si estas obras pudieran surgir por arte de magia. Un dato: Con el dinero que cuesta limpiar los ventanales del TNC (Teatre Nacional de Catalunya) se podrían sostener los procesos creativos de diez compañías como La Vuelta.
La desaparición de La General Elèctrica por falta de recursos, nos revuelve la tripa. “Era una iniciativa que no sólo generaba espectáculos. Habían creado el proyecto Residencias, que consistía en apostar por compañías estables sin recursos y cederles un espacio en que cubrir el proceso creativo. Nos habían invitado, pero el centro se ha ido a pique. Yo pude crear Kos, nuestro último espectáculo, gracias a actitudes como la de Simona Levi, quien me dejó ensayar en su espacio alternativo, Conservas, donde lo estrené, o el soporte de Magda Puyo, directora del festival Sitges Teatre Internacional, que apostó por Kos antes de que lo pariéramos”.
La Vuelta ensaya en sótanos de restaurantes y en naves industriales. Amigos y conocidos se los prestan unos días cuando no hay trabajo. Marta no se amilana, sortea cualquier obstáculo y sabe lo que quiere. Los miembros de su compañía se ganan la vida vendiendo pizzas, postales de santos o traduciendo libros para editoriales pero, cuando toca ensayo o ejercicios de preparación física, nadie falla. “Parir Kos nos llevó ocho meses de intenso trabajo. Cogí unos textos de Baudrillard porque me pareció un interlocutor válido con quien cuestionar situaciones que nos afectan a mí y a los actores. Los actores, el músico, el manipulador de objetos a través de la improvisación generan una dramaturgia que yo retomo. Hay gesto, danza, performances, vídeo, música. La mezcla surge de la individualidad de cada uno. Mantenernos unidos durante tres años, nos ha permitido generar un nuevo lenguaje”. Kos ha sorprendido a la crítica y a los espectadores porque es un espectáculo sin pretensiones, muy bien conjugado, que despierta el ansia de más teatro y que no se puede explicar con facilidad. Hay que disfrutarlo.
Marta Galán nació en Barcelona por accidente. Sus padres vivían en Madrid porque el padre es de allí, como el abuelo republicano que al morir le legó su biblioteca. Hasta los catorce años vivió en la villa del oso y del madroño y entonces la familia decidió instalarse en Rosas, el pueblo costero donde había nacido su madre. “En el instituto de Figueras tuve un montón de problemas porque me obligaban a hablar catalán y a mí no me van las imposiciones. Aprendí a hablarlo correctamente con mis amigos y montamos la compañía Tramunteatre en 1992. Empecé Filología hispánica en Girona. Recuerdo las clases anárquicas de Javier Cercas sobre el romanticismo español del XVIII. Con toda la ironía del mundo, actualizaba el pensamiento ácido de Larra en relación a lo que acontecía en el presente de España y Cataluña”. El ambiente burgués y cerrado de la ciudad la empujan a trasladarse a Barcelona. Allí acabó su carrera y aprendió más teatro con Sanchis Sinisterra en la Sala Beckett. En Barcelona supo también de la existencia del madrileño Rodrigo García, de la compañía La Carnicería, quien le fascinó de inmediato.
“Realicé las pruebas para entrar en el Institut del Teatre y las pasé. Cuando llegó el momento de matricularme no lo hice porque sentí que lo que allí podía aprender no me interesaba”. Fue entonces cuando, en un maravilloso juego de casualidades, se topó con una compañía de Buenos Aires. La de Rafael Spregelburd. Y se fue tras ellos. “Viví año y medio en Buenos Aires y me matriculé en la Escuela municipal de Arte dramático. También estudié en los talleres del Sportivo Teatral, del Periférico de Objetos y del Odin Teatret. La capital argentina es un hervidero de creatividad con compromiso social y talento vocacional”.
Marta conoció bien la energía que da vivir la creatividad alternativa de Buenos Aires. Contagiada de esta vitalidad, regresó a Barcelona, impartió clases en un Instituto de la Zona Franca para ganarse la vida y se dio cuenta de lo pervertida que está la educación. “Los chavales están muy presionados por los concursos de televisión y sólo quieren fama y dinero para escapar de la marginalidad. Sin espíritu crítico en la educación no hay criterio”. Fue el momento en que adoptó la decisivo más importante: crear La Vuelta. “El primer año, 1998, fue caótico. Me parecía que nada se armaba hasta que salió nuestro primer espectáculo, Lu Blanc de lu groc.
Marta se queja de que a Barcelona no vengan las compañías más interesantes de Europa. La berlinesa Schaubühne, que sí actuó en la ciudad, le dio nuevos ánimos. Contacta con Txiqui Berraondo, con Sol Pico y se lanza a por el segundo espectáculo, Desvínculos. A continuación dejó sus clases y con el dinero ahorrado, se metió de lleno en el teatro. No le flaquean las piernas y hoy sigue en brecha. Además, y lo confiesa sonriendo, ama cenar en la intimidad con amigos y conversar hasta el amanecer, detesta las discotecas y hace un doctorado con Miguel Morey sobre Bob Wilson.
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El teatro arriesgado tiene en Marta Galán una representante que no se amilana y utiliza todas las disciplinas que puedan subirse a un escenario. Se recuerda su trilogía cínica en el Mercat de les Flors, espectáculos en torno al cinismo de los griegos hasta hoy. En el Lliure 2008 ha presentado Protégeme, instrúyeme 1.1, un acercamiento dramatúrgico sobre el TDAH, Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.